Me
llamo mujer y hombre. Te habito y estoy al espejo de los ojos ajenos. Te cubro
y soy la inmensidad que no te animas a descifrar. Soy el estruendo, el sonido y
el silencio. Pertenezco a todos y todos me pertenecen. Nada está fuera de mi pues
soy la ley, la red y el círculo donde todo es uno y ustedes su trama y telar.
Es tan sencillo encontrarme que se te hace imposible llegar.
Guardaste
eternamente el dolor y sufriste por amor a mí sin que te lo pidiera. Yo me
entregué de corazón, abierto y sin reclamos; fue mi propósito y fue divino. Fue
mi mayor acto y entrega. Dejé claro que el sendero debía llevarnos hacia dentro
y no hacia fuera. Dejé escrito y grabado en los cielos y en cada parte de la
tierra que habité que mi reino no era de este mundo y que era posible traerlo.
Expresé claramente que llegaría este tiempo, que volvería. Estoy de regreso en
presencia, en mí, en ti, en todos. Vas descubriéndome en la mirada, mi alma y
mi corazón son iguales a tu latir y a tu pureza. No hay distancias ni
diferencias. Soy el amor incondicional que la madre creó y depositó en mí. Soy
el desenlace que el padre permite, su verdad y ley iluminan mi camino y el tuyo.
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