Estamos
en marzo, mes remolón. Los miedos, la incertidumbre y la inseguridad están
presentes. El “deber de” y el “tener que” son una orden que muchas veces
soportamos por el premio mayor, que también es una ilusión. Se renuevan los
compromisos y las aspiraciones. Titubeamos. Queremos ir hacia algún lugar. En
el mejor de los casos sabemos cuál es la dirección, pero puede pasar que
queramos movernos y no vemos por dónde empezar. Reaparecen los “pendientes”. Lo que dejamos
para otro momento, fermenta ahora. Queremos eludirlo y la propia sinergia de
aquello que precisa atención y reparo, nos tira para atrás.
Las
ganas, los buenos deseos y las mejores intenciones. La voluntad y el envión que
queda de las vacaciones nos empuja hacia delante. “Se busca” (dice el letrero) y la letra chica anuncia: “Lo más rápido posible el próximo feriado. Una
nueva distracción parecida al carnaval…” Hemos aceptado ser un país de
servicios pero queremos ser quien goce de los recreos y no quien se “ensucie”
las manos.
Todo
el querer está listo para asaltar el año. La personalidad apronta el mejor
atuendo para salir por lo que cree que precisa. Sin embargo, lo urgente muere a
las puertas de lo que se necesita. En este momento se despierta una gran puja
adentro. De un lado se presentan los requerimientos del ego y del otro emergen
las situaciones no resueltas para salir a tomar lo que en verdad precisamos.
Nos
perfilamos hacia un lado de la cama queriendo esquivar el bulto y se agolpa
delante de nuestras narices aquello con lo que no podemos lidiar más.
Tribulaciones. La mente no se detiene. No nos damos respiro. Damos vuelta la
página, la cabeza hacia el otro costado de la almohada y la pesadez no se va
pese al esfuerzo por encontrar una manera más cómoda y un cuento que nos haga
la vida más sencilla. No se quiere la medicina ni la sanación. Se busca la
receta para estar curados lo antes posible. Con tal de no hacer contacto con el
dolor, movemos todos los mecanismos que podemos. Y no se llega a nada.
El
alma es un gran baúl de amores y dolores, de reuniones y desencuentros, de
abrazos y desamparos. El alma ordena las prioridades y ajusta la realidad hacia
nuestra cara más frágil, ese perfil que tanto nos cuesta aceptar: el dolor, otra vez.
El
alma entera está recibiendo tanta luz que nos manifiesta lo impostergable:
enfrentarnos a nosotros mismos. Somos el arquitecto de la cárcel propia, el
celador y el recluso. En un panorama interno así de claro, con un foco dentro que
alumbra plenamente nuestras sombras hasta dejar encandilada nuestra ceguera, es
imposible no ver cucos, culpables, monstruos y cabezudos a nuestro alrededor.
Contamos
con mil maneras de restarle importancia a ese contexto, de justificarnos, de
exculparnos, de excusarnos. Según cuál sea el mecanismo desde el cual estamos
acostumbrados a defendernos, nos instalamos y nos movemos en la vida.
Los
modelos adoptan un sinfín de máscaras, sin embargo los estereotipos no son
demasiados. Sé que hallar un lugar que apoye la búsqueda de quiénes somos es
relativamente sencillo. Digo relativamente porque hoy está lleno de caminos
espirituales o de métodos de sanación que son llaves hacia el terreno del alma.
Insisto en lo relativo porque podemos pasar años hasta dar con el lugar que sea
el adecuado. Hay senderos que develan nuestra naturaleza y
otros que la pasteurizan haciendo todo
uniforme y muy light, y el camino del amor está lejos de ser suave y delicado.
(Continúa pronto.)
Camilo Pérez
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