miércoles, 19 de marzo de 2014

El péndulo: de la fantasía a la realidad

Estamos en marzo, mes remolón. Los miedos, la incertidumbre y la inseguridad están presentes. El “deber de” y el “tener que” son una orden que muchas veces soportamos por el premio mayor, que también es una ilusión. Se renuevan los compromisos y las aspiraciones. Titubeamos. Queremos ir hacia algún lugar. En el mejor de los casos sabemos cuál es la dirección, pero puede pasar que queramos movernos y no vemos por dónde empezar. Reaparecen los “pendientes”. Lo que dejamos para otro momento, fermenta ahora. Queremos eludirlo y la propia sinergia de aquello que precisa atención y reparo, nos tira para atrás.

Las ganas, los buenos deseos y las mejores intenciones. La voluntad y el envión que queda de las vacaciones nos empuja hacia delante. “Se busca” (dice el letrero) y la letra chica anuncia: “Lo más rápido posible el próximo feriado. Una nueva distracción parecida al carnaval…” Hemos aceptado ser un país de servicios pero queremos ser quien goce de los recreos y no quien se “ensucie” las manos.

Todo el querer está listo para asaltar el año. La personalidad apronta el mejor atuendo para salir por lo que cree que precisa. Sin embargo, lo urgente muere a las puertas de lo que se necesita. En este momento se despierta una gran puja adentro. De un lado se presentan los requerimientos del ego y del otro emergen las situaciones no resueltas para salir a tomar lo que en verdad precisamos.

Nos perfilamos hacia un lado de la cama queriendo esquivar el bulto y se agolpa delante de nuestras narices aquello con lo que no podemos lidiar más. Tribulaciones. La mente no se detiene. No nos damos respiro. Damos vuelta la página, la cabeza hacia el otro costado de la almohada y la pesadez no se va pese al esfuerzo por encontrar una manera más cómoda y un cuento que nos haga la vida más sencilla. No se quiere la medicina ni la sanación. Se busca la receta para estar curados lo antes posible. Con tal de no hacer contacto con el dolor, movemos todos los mecanismos que podemos. Y no se llega a nada.

El alma es un gran baúl de amores y dolores, de reuniones y desencuentros, de abrazos y desamparos. El alma ordena las prioridades y ajusta la realidad hacia nuestra cara más frágil, ese perfil que tanto nos cuesta aceptar: el dolor, otra vez.

El alma entera está recibiendo tanta luz que nos manifiesta lo impostergable: enfrentarnos a nosotros mismos. Somos el arquitecto de la cárcel propia, el celador y el recluso. En un panorama interno así de claro, con un foco dentro que alumbra plenamente nuestras sombras hasta dejar encandilada nuestra ceguera, es imposible no ver cucos, culpables, monstruos y cabezudos a nuestro alrededor.

Contamos con mil maneras de restarle importancia a ese contexto, de justificarnos, de exculparnos, de excusarnos. Según cuál sea el mecanismo desde el cual estamos acostumbrados a defendernos, nos instalamos y nos movemos en la vida.

Los modelos adoptan un sinfín de máscaras, sin embargo los estereotipos no son demasiados. Sé que hallar un lugar que apoye la búsqueda de quiénes somos es relativamente sencillo. Digo relativamente porque hoy está lleno de caminos espirituales o de métodos de sanación que son llaves hacia el terreno del alma. Insisto en lo relativo porque podemos pasar años hasta dar con el lugar que sea el adecuado. Hay senderos que develan nuestra naturaleza y otros que la pasteurizan haciendo todo uniforme y muy light, y el camino del amor está lejos de ser suave y delicado. 

(Continúa pronto.)


Camilo Pérez

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