martes, 31 de enero de 2017

Los Hijos del Cielo (1)

El ego, su búsqueda y el contacto con el alma

Durante los últimos siete años de búsqueda espiritual y habiendo atravesado innumerables experiencias de dolor, fascinación, renuncias y entrega, me vi bendecido lentamente por la apertura de la memoria de mi alma. Digo bendición porque cuando el alma se des-cubre, su agua nos riega y va apagando el incendio de tanta distorsión en la mirada y lejanía con la verdad. La sed se calma y todo nuestro cuerpo empieza a sentir el alivio que mana cuando corazón, verdad y vida entran en resonancia. Para mi el alma es memoria despierta y divina.

Hace cuatro años navegaba el camino espiritual indígena cuando la vida y sus razones, me quitaron de allí. Hacía poco también había ligado con el conocimiento angélico, fui iniciado en ello como también en el acceso a los registros akáshicos. Todo este cielo, abstracto y contundente, se lo llama canalización en la espiritualidad. Es la posibilidad de estar en comunicación fuera de toda lógica y racionalidad con una de infinitas dimensiones del mundo de los espíritus. 

Cuando comencé a desarrollar mi escucha activa con esos planos de la conciencia, supe que sería un camino sin retorno. Casi de inmediato conocí el impacto y algunas de las consecuencias que esa decisión tendría para mi. Hasta este momento de mi vida, la realidad era un cachetazo constante. Un cóctel explosivo de confusión y enredo. Mi forma de encarar el día a día estaba fuera de órbita con respecto a las necesidades de quienes me rodeaban y me precisaban, pero también estaba fuera de las mías. 

Cuando tomé contacto con el mundo espiritual de la mano de la instrucción angélica y akáshica, la vida no se hizo más feliz pero por lo menos sentía que estaba pisando por fin sobre las dificultades adecuadas. Es decir, reconociendo que lo siguiente presenta cierta inexactitud, puedo decir que alguien que quiere tener una vida de comodidad materiales, sabrá tarde o temprano los desafíos que supone y los sacrificios que tiene que asumir. Horas de trabajo, mejores desempeños, aumento de responsabilidades y seguramente de beneficio económico.

Alguien que siempre está intentado pescar sus sueños y que aún más, siente que sus sueños no están desarrollados en este mundo, necesita asirse y suministrarse de mucha información para lograr producir lo que la naturaleza todavía no ha gestado. Voy a ir un poco más allá. Como los sueños siempre son una misión colectiva traída de una visión o más, también deberá educar, entrenar y madurar lo suficiente la comunicación para que esos mismos sueños durmientes en otros, se levanten y que así el proyecto de sus corazón florezcan. Pero para eso, hubo que empezar con la información. 

Mi tierra era de cielo y yo recién me estaba dando cuenta de eso. Por primera vez me sentía en casa y siendo así todos los dolores previos no desaparecían, pero se hacían más llevaderos. 

Desde mi punto de vista, existen dos heridas básicas en el corazón de los seres humanos. Una de ellas es la desconexión con el Cielo. Por miedo o por ignorancia (el miedo rechaza mientras que la ignorancia, desconoce), sin cielo en un corazón está muerta la capacidad de soñar. Y donde no hay sueños, esa vida se está privando de tener una visión. ¿Qué es una visión? Es un regalo del espíritu. Es la oportunidad de quebrar la percepción sesgada y doliente y darle amplitud, comprenderla en un orden mucho más hondo y lleno de sentido. Una visión es parecida a una profecía, premonición o frecuencias similares de tanta prensa (no siempre honesta) que parecen venir del futuro. Una visión o la insistencia en obtenerla, es siempre fruto del trabajo sobre sí, cuando se rompen los límites carceleros del ego y la falsa omnipotencia de la personalidad. Una visión siempre nos conecta y nos encuentra con otros. Por eso deja de ser personal y resulta tan transformador obtener esa gracia. Es la confianza en el devenir.

La otra herida que reconozco es la imposibilidad de hacer Tierra. Y sin ella, no hay vida y sobra carencia. No hay otros. Mejor dicho, sí hay otros y me refiero a vínculos. El problema es que esos otros, como aquel corazón que no puede sentir su tierra, encontrará relaciones llenas de ingenuidad y de fantasía, terreno fértil (valga la ironía) para futuras y a veces inmediatas, frustraciones y decepciones. Sin Tierra, las visiones a las que accedemos son pura fantasía y no podemos sentir que aquello que hacemos tenga sentido. Las labores siempre son menos que nuestros mundos de ilusiones y siendo así, la realidad en la que se camina (o se flota) es pura volatilidad. Sin Tierra, no hay misión. ¿Qué es una misión? Es ese entendimiento nacido de una o varias emociones que nos afirma que aquel tiempo que invertimos en el hacer, tiene un propósito y es válido para nosotros. Es sano. Estar en misión es sentir que se hace camino en el andar. Es la firmeza en el pisar.

Ambas heridas están en el alma y más allá de estos dos diseños en los que la vida configura nuestro destino, hay una única herida: la falta de amor. 


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