viernes, 21 de octubre de 2016

Mirar la vida

Llevo días reflexionando sobre los temas que son de dominio público. Llevo días incluso escuchando mis propias opiniones. Desde adentro me oigo hablar. Sé mi punto de vista. Sé que no tengo interés en debatir y discutir. Sé del gran desperdicio de energía que significa y lo poco que crezco defendiendo mi razón. Sólo me deja pequeño y separado de los demás. 

Confieso que a esta altura de mi vida hay un nivel muy básico que es piso de todo el resto: tomarme el trabajo de mirar a la cara los aspectos que me conforman como ser humano. Asumirlos, violencia incluida. 

Si desayuno violencia es porque estoy durmiéndome noche a noche con toneladas de dolor en el alma y no estoy dando una buena respuesta y sana gestión a esto, o por lo menos no a la medida de mis necesidades. Eso se traduce en almacenes de rencor y resentimiento. Y merezco una realidad rodeada de ternura y respeto, es ese mi rezo.

Igualmente abordar este asunto desde ahí, solamente proponiéndome observar mis partes desmembradas, que piden castigo y reparten culpabilidad, me parece insuficiente. Pero me preocupa otra cosa y aún así, rezo para que encontremos y habitemos nuestro lugar de paz. 

A niveles mucho más sutiles, el tratamiento que se le da públicamente a esto hace que día a día se dañe y deteriore significativamente nuestra capacidad de confiar en el encuentro y hasta de entregarnos a un otro. Y este es el mensaje de fondo. Lo digo con seriedad y dolor. 

Yo noto esta realidad cotidianamente y en muchas de mis relaciones. Incluso familiarmente, donde de pronto me descubro en una brecha entre mujeres y hombres imposible de zanjar y con una incapacidad demoledora para atravesar este umbral que nos diferencia por naturaleza en pos de avanzar a una comprensión que nos iguale. Por momentos esta paranoia en la que surfeamos, queda incrustada en esta polaridad como en tantas otras.

Estoy seguro que la visibilidad colabora a hablar del dolor y esto es un avance, mas antes de explotar las redes y atiborrarnos de pareceres, quisiera con toda mi fuerza que fuéramos más maduros a la hora de elaborar nuestras conclusiones, tomando en cuenta qué es lo que estamos dejando afuera y qué lugarcito doliente de mi está siendo marginado. Y en todo caso, dónde me siento imposibilitado de amar.

Vivimos una sociedad estresada, pues los ritmos y sus velocidades son pautas exteriores, ajenas a nuestra naturaleza. Vivimos una sociedad neurotizada, somos individuos ejerciendo un consumo irresponsable de recursos y servicios en detrimento de conectar con nuestras necesidades reales, mucho más simples, siempre a mano.

Ojo con las trampas, porque no acceder, no poder e incluso reprimir estos impulsos, no es ponerse a salvo. No me siento indiferente a nada y escucho el murmullo silencioso de quienes quieren y no pueden. Somos manada y como tal, aún dentro de ámbitos distorsionados social y culturalmente, el núcleo duro de lo humano ejerce una fuerza de atracción sobre cada uno. Esa fuerza hace que desemboquemos en las mismas experiencias y que nos esperemos paulatinamente para dar respuesta a los cambios y transformaciones. 

Y por supuesto, vivimos una sociedad en estado de shock, que ha perdido vínculo con su interior y resguardo de su privacidad. Esto produce una alteración descomunal de los límites, una sensación de desprotección gigante y la resonancia deambulando de que contamos con la posibilidad de entrometernos en la vida de los demás, sus situaciones domésticas y lo que es más grave, el derecho a opinar sobre esa realidad. 

En lo personal, soy muy cuidadoso de mi intimidad e incluso tremendamente selectivo en mis relaciones, reconozco que mis puntos de vista no son los normales y ante esto, decido ser precavido. 
A mí me importa pedir ayuda, a mi me importa arribar a vínculos que me sepan sostener cuando estoy débil. A mí me importa construir confianza (no perfección) y establecer una red de contención para cuando haga falta. A mí me importa tener relaciones genuinas donde simplemente poder ser como soy, sin medias tintas. A mí me importa decir las cosas y hacer acuerdos para saber cuándo sí y cuándo no. 

También ante la debilidad y la vulnerabilidad de un hermano, ver venir mis fortalezas y mi capacidad de ser buen soporte. Y si en un orden continúo con mi militancia, de seguro es para que otras personas se puedan arriesgar y regalar esta misma experiencia. 

Mi trabajo, y eso llevará mi vida, será para recuperar la intimidad en cada uno y en relación, eso es volver a lo sagrado, no es tan espiritual ni tan extravagante. Es básico. Y cualquier experiencia de creatividad distinta a lo usual, responde a esos parámetros, no a la perpetuidad de los estados públicos, sus subidas y bajadas. 

Me importan los encuentros, el círculo y la horizontalidad. No somos iguales y qué bien poder integrar esa comprensión. Porque se puede, porque es posible y porque locura, diría Einstein, es hacer lo mismo esperando resultados diferentes y acá, nos vivimos mordiendo la cola. 



domingo, 16 de octubre de 2016

Encontrarse

Al momento de comenzar un camino espiritual o una terapia, lo que sea como una disciplina que dé gimnasia para el alma, es porque la inquietud está lo suficientemente activa como para hacer el movimiento y lanzarse. Y el camino espiritual es lo que le haga bien a cada uno. Hay quienes venimos entrenados para ser puente entre esta realidad material y el mundo del espíritu, y todos sin excepción, venimos a traer aquella belleza a este lado de la vida. 

A veces es necesario asumir tareas que tengan que ver con ser enlazador. Sí. Pero por esta brecha es donde se cuela la ilusión de que alguien es especial o más importante. En todo caso, la escucha, la visión o la posibilidad de entrar y salir, de ir y venir a la naturaleza sutil del mundo, a los otros planos, tiene que ver con cuán ejercitada está un alma y cuántas veces ha desarrollado esa labor en otras encarnaciones. Existen este tipo de apoyos espirituales para empezar a quitar la confusión del corazón de todos. El destino que estamos construyendo es un reino mucho más amoroso aquí, en la Tierra. El dolor es inevitable, recorrer sus capas permite arribar a comprensiones cada vez más hondas hasta dar con la conciencia que se encargó de todo...

Yo he ido y venido inmensamente confundido, he pedido ayuda estando inmerso en un sinfín de conflictos y apremios. La salvedad queda hecha: las personas que trabajamos de alguna forma en la espiritualidad, hemos padecido grandes confusiones. Lo que se desprende (y lo escribo con mucha humildad) es que el alma ha trillado lo suficiente una y otra vez con la naturaleza del mundo como para reconocer la salida de los entuertos y abrir una compuerta que logre iluminar y de ahí estabilizar cierto grado de pureza. 

Diría Alejandro Corchs... "El intelecto es un océano de 10 centímetros de profundidad". Cuando una emoción perfora el lecho de ese océano, ya no hay marcha atrás y a la vez, todo está por comenzar. Una vez más, el principio le pertenece a la inquietud y esta, necesariamente es lo bastante caótica como para hacernos cuestionar nuestra frágil sensación de seguridad y echar por tierra lo que conocemos. Hasta ahí, el intelecto no es más que el escudo protector de nuestro caudal emocional. Más adelante sirve para organizar y nombrar ciertas vivencias.

Cuando comencé un camino espiritual recuerdo que el sentir reinante era insatisfacción. Me sentía incompleto. Los primeros tiempos de espiritualidad fueron de fascinación, ansiedad y entrega. Confiaba en donde estaba, tenía guías delante y me gustaba lo que veía en ellos, y encima caminaba acompañado. Atravesé temporales, revelaciones, fui testigo de milagros y tomé conciencia de la red de aconteceres que se dan para que algo suceda y llegue a destino. No puedo decir que no sé o que no conozco...

Con el paso de los años una honesta tristeza se instaló y con ella surgía una y otra vez la misma pregunta desde las relaciones: cómo si hacés eso para estar mejor estás cada vez peor? Me quería morir... Cómo mi familia y amigos confiarían su corazón a un camino si lo necesitaran alguna vez o más aún... Cómo confiarían en mi si el peso de mis decisiones parecía hundirme. Muy lento, aprendí a hacer silencio, a cuidarme y a que a veces, la contención que precisamos no está en la familia.

La primera inquietud que mueve hacia un disciplina, es como la brisa pequeña y fresca que anuncia la tormenta. No se deja ver el dolor, pero su cápsula está llena de fisuras que a esa altura harán inevitable el contacto con la herida, sus consecuencias y repeticiones.

No son dos días, ni diez meses, ni un par de años. Asociarse con el dolor y la muerte es un ejercicio de comprensión permanente. 

Portal tras portal el transitar demanda una nueva buena muerte, otras renuncias y desapegos. Todo lo que se vacía hace que un centro de fuerza se vuelva cada vez más perceptible y lo que al principio fue un movimiento a ciegas, después se vuelve claro y preciso.

Todo lo que no está vinculado estrechamente a mi alma, cederá su espacio para que mi lugar (aquello que en mi destino se encuentre) suceda y se manifieste. 

Hay momentos de trampa donde se cuestiona qué tan fuerte está el corazón luego de tantos avatares. Los desafíos son sencillos de identificar porque al fondo, sólo buscan volver el tiempo atrás o precipitar lo que sabés que más adelante está para vos. Si saca la atención del presente porque propone prisa o ralentiza, es trampa. Uno sabe para lo que está preparado y puede sostener y para lo que no. Yo lo he sabido aún en la tentación.

El sabor que dejan estos desafíos es que no se es principiante... No hay dónde moverme sino en la humildad y la confianza de quedarme suspendido en el corazón. De las sensaciones que más plenitud me da es sentir que floto en él. A esa altura cada cual tiene una noción más y más profunda de lo que ha venido a hacer, de lo que se trae guardado y ahí no importa a qué te dediques porque el lenguaje es el mismo. Llegar a ese lugar donde despierto con sueños en las manos, es muy conmovedor. Parece que toda la aventura ha traído inmensas penas. Sí. Ha valido la enorme alegría de encontrarnos. Por supuesto. Y de reunirnos en todo lo que queda por hacer, gracias a Dios... 


lunes, 3 de octubre de 2016

La intimidad de un sueño

Muchas veces imaginé una realidad parecida al presente. Es la mañana, el mate está listo y espero por una amiga. Sé que en media hora, vamos a desbocarnos, especialmente yo... Me fascina el universo femenino, esa trama emocional donde son fuertes y todo está entrelazado, tiene sentido y un por qué. Fue así el ambiente de mi niñez y me siento agradecido de saber paladear y reconocer esos mundos sutiles del sentir. Es un comodín a la hora en que el temple es necesario y la paciencia una necesidad. Como hombre, es una ventaja.

En un rato, mi hija jugará a mi lado. Madura, aún niña. Ya es ella. Con las limitaciones que implica un Yo, y por suerte, también con la capacidad de apropiarse de lo que siente. Conoce sus "no" y sus "sí". Me toca acompañar y estar atento para cuidar su inocencia. No mucho más. 

Mientras tomo los primeros mates, voy pensando que soñé un momento así durante años. Ya no estoy solo, ya no se trata de mí sino de nosotros. Me siento conectado a la intimidad de otras personas con las que vamos tejiendo una familiaridad. Hay un regulador que sigue subiendo y a la vez una frecuencia que empieza a estabilizarse. 

En esos primeros movimientos matutinos, el teléfono sufre un accidente tras un descuido de mi parte y queda inutilizado. Entre enojado y desencantado, me voy dando cuenta que algo se despeja para estar cerca de no sé qué. Despido a esta hermana y amiga de muchas horas, de llantos a mares, de amares.... El ambiente con Julieta toma otro matiz, ella juega y yo me descubro respirando, ensanchando el corazón. Me observo y atiendo a la intimidad de un sueño.

Me tomo en serio y liviano a la vez, la tarea de mirar más adentro. Me doy cuenta que el terreno de mi vida está lo suficientemente preparado y activo como para dejar de caminar en soledad. Que hay amistades que me preguntarán cómo estoy hoy o tal vez gane de mano y pregunte cómo se encuentran ellos. Son relaciones como las que soñé y recé. No son un montón, son mi red de contención. Los que avisan si me bandeo. 

No hablo desde un lugar consolidado. Me siento andando en el corazón y es suficiente. Puedo tomar la confianza y mirarla, y hasta de pronto abrazarla. Puedo ver mis dolores sin repetirme huyendo y si no puedo quedarme, puedo decirlo sin disfrazarlo: "esta vez sí", o "ahora no". Me sale con facilidad perderme en el amor: el de hijo, el de padre, el de amigo, el de pareja, en los roles que la vida vaya definiendo... Ya lo sé, me conozco. Disfruto de esos amores, me gusta estar para ellos y que ellos estén para mi.

Hace poco tiempo atrás, compuse un estribillo que dice:

"me tira una canción que abre trincheras, 
ya conocés las fronteras que cubren el dolor, 
ya conocés las fronteras..."

Es el propósito de mi vida: una canción que abra trincheras y que nos devuelva el sueño. El amor y la responsabilidad por la palabra que aclara, hace nítidas las cosas, brinda caminos y creatividad.  

Puedo adivinar que las canciones me seguirán jalando y yo rindiéndome a la voluntad de lo que traigan. Me elegí cantando, escribiendo, jugando música, sensible a la vida, dispuesto a conmoverme. Dispuesto incluso a estar a solas y mano a mano con el dolor o, como me dijera alguien por ahí... ¡Siguiendo la curva de una sonrisa!

Cuando se ama aquello que se es, se empieza a notar y el universo responde. Cuando reedito el compromiso con mi alma y la sagrada unidad con mi corazón, surge el querer por lo que soy. La luz sube, los sueños se levantan y la vida empieza a ofrecerte bonitas cartas.