Llevo días reflexionando sobre los temas que son de dominio público. Llevo días incluso escuchando mis propias opiniones. Desde adentro me oigo hablar. Sé mi punto de vista. Sé que no tengo interés en debatir y discutir. Sé del gran desperdicio de energía que significa y lo poco que crezco defendiendo mi razón. Sólo me deja pequeño y separado de los demás.
Confieso que a esta altura de mi vida hay un nivel muy básico que es piso de todo el resto: tomarme el trabajo de mirar a la cara los aspectos que me conforman como ser humano. Asumirlos, violencia incluida.
Si desayuno violencia es porque estoy durmiéndome noche a noche con toneladas de dolor en el alma y no estoy dando una buena respuesta y sana gestión a esto, o por lo menos no a la medida de mis necesidades. Eso se traduce en almacenes de rencor y resentimiento. Y merezco una realidad rodeada de ternura y respeto, es ese mi rezo.
Igualmente abordar este asunto desde ahí, solamente proponiéndome observar mis partes desmembradas, que piden castigo y reparten culpabilidad, me parece insuficiente. Pero me preocupa otra cosa y aún así, rezo para que encontremos y habitemos nuestro lugar de paz.
A niveles mucho más sutiles, el tratamiento que se le da públicamente a esto hace que día a día se dañe y deteriore significativamente nuestra capacidad de confiar en el encuentro y hasta de entregarnos a un otro. Y este es el mensaje de fondo. Lo digo con seriedad y dolor.
Yo noto esta realidad cotidianamente y en muchas de mis relaciones. Incluso familiarmente, donde de pronto me descubro en una brecha entre mujeres y hombres imposible de zanjar y con una incapacidad demoledora para atravesar este umbral que nos diferencia por naturaleza en pos de avanzar a una comprensión que nos iguale. Por momentos esta paranoia en la que surfeamos, queda incrustada en esta polaridad como en tantas otras.
Estoy seguro que la visibilidad colabora a hablar del dolor y esto es un avance, mas antes de explotar las redes y atiborrarnos de pareceres, quisiera con toda mi fuerza que fuéramos más maduros a la hora de elaborar nuestras conclusiones, tomando en cuenta qué es lo que estamos dejando afuera y qué lugarcito doliente de mi está siendo marginado. Y en todo caso, dónde me siento imposibilitado de amar.
Vivimos una sociedad estresada, pues los ritmos y sus velocidades son pautas exteriores, ajenas a nuestra naturaleza. Vivimos una sociedad neurotizada, somos individuos ejerciendo un consumo irresponsable de recursos y servicios en detrimento de conectar con nuestras necesidades reales, mucho más simples, siempre a mano.
Ojo con las trampas, porque no acceder, no poder e incluso reprimir estos impulsos, no es ponerse a salvo. No me siento indiferente a nada y escucho el murmullo silencioso de quienes quieren y no pueden. Somos manada y como tal, aún dentro de ámbitos distorsionados social y culturalmente, el núcleo duro de lo humano ejerce una fuerza de atracción sobre cada uno. Esa fuerza hace que desemboquemos en las mismas experiencias y que nos esperemos paulatinamente para dar respuesta a los cambios y transformaciones.
Y por supuesto, vivimos una sociedad en estado de shock, que ha perdido vínculo con su interior y resguardo de su privacidad. Esto produce una alteración descomunal de los límites, una sensación de desprotección gigante y la resonancia deambulando de que contamos con la posibilidad de entrometernos en la vida de los demás, sus situaciones domésticas y lo que es más grave, el derecho a opinar sobre esa realidad.
En lo personal, soy muy cuidadoso de mi intimidad e incluso tremendamente selectivo en mis relaciones, reconozco que mis puntos de vista no son los normales y ante esto, decido ser precavido.
A mí me importa pedir ayuda, a mi me importa arribar a vínculos que me sepan sostener cuando estoy débil. A mí me importa construir confianza (no perfección) y establecer una red de contención para cuando haga falta. A mí me importa tener relaciones genuinas donde simplemente poder ser como soy, sin medias tintas. A mí me importa decir las cosas y hacer acuerdos para saber cuándo sí y cuándo no.
También ante la debilidad y la vulnerabilidad de un hermano, ver venir mis fortalezas y mi capacidad de ser buen soporte. Y si en un orden continúo con mi militancia, de seguro es para que otras personas se puedan arriesgar y regalar esta misma experiencia.
Mi trabajo, y eso llevará mi vida, será para recuperar la intimidad en cada uno y en relación, eso es volver a lo sagrado, no es tan espiritual ni tan extravagante. Es básico. Y cualquier experiencia de creatividad distinta a lo usual, responde a esos parámetros, no a la perpetuidad de los estados públicos, sus subidas y bajadas.
Me importan los encuentros, el círculo y la horizontalidad. No somos iguales y qué bien poder integrar esa comprensión. Porque se puede, porque es posible y porque locura, diría Einstein, es hacer lo mismo esperando resultados diferentes y acá, nos vivimos mordiendo la cola.