"La libertad asusta cuando se ha perdido la costumbre de utilizarla". Robert Schuman
Cuando
algo no da para más, se nota. Se nos nota. Y lo que está por
romperse, no se parte en porciones iguales: para alguien hay algo que
se le escapa y para otro, hay algo de lo que se libera, un lastre que
está soltando.
Ejercito
una pregunta hacia mi mismo mes a mes a modo de rutina y esa
disciplina a hecho posible la continuidad de este espacio. Este hilo
constructivo me lleva hacia casa y da provecho a la comunidad toda. Así trabajo.
Durante
varios días contuve una sensación que pronto pude identificar y
nombrar: habían ciertas circunstancias que me molestaban y me di
cuenta que estaba acostumbrado a convivir con ellas. Sobre eso
indagué: la costumbre.
La
situación terminó de ordenarse cuando pude calificar a la otra
sensación que merodeaba en mi: la necesidad de rebelarme.
Si hay costumbre, también hay rebelión.
La
costumbre son hábitos que respaldan una imagen individual y/o
colectiva. Tienen el valor de lo que una sociedad acuerda como
aceptado para la continuidad de un carácter o idiosincrasia, y de
esa forma, para su propia funcionalidad dentro del sistema todo.
Ocurre lo mismo con los espacios individuales, personales.
Cuando
hay un valor en mi vida que comienza a agrandarse hasta tomar todo el
frente y panorama de mi horizonte, sospecho. Me refiero a mi
horizonte emocional y también mental. No puedo seguir adelante. Son
muchos años, caminos, vivencias e intensidades. Necesito atenderlo.
Preciso resolverlo aún antes de que me paralice. ¿Qué ha sido de mi en relación con eso?
La
dificultad de la costumbre es que el valor que tiene —cualquier
sea— es abstracto, funciona en lo invisible y condiciona
sutilmente. Es una frecuencia que cuesta captar porque se cristalizó
en la visión.
Querido
lector: en unos días este blog comienza a celebrar cuatro años y
siento que es tempo de síntesis; he crecido y madurado junto a este
espacio y reconozco algunas cosas.
Me
reconozco como navegador: le perdí el miedo a las emociones y sus
aguas, sean fuertes o moderadas. Sé nombrar las corrientes
subterráneas, sus cruces, encuentros y desencuentros, y cómo
alteran el producto final en la superficie.
Me
reconozco como agente de transformación: ya no voy a la tormenta,
seducido por ella. Soy la tormenta. ¡Y qué alivio darme cuenta! Me
costó muchos años aceptar y tomar mi naturaleza.
La
mayoría de las personas ante un temporal intentan ponerse a salvo y guarecerse, no es mi caso. A mi siempre me resultó fascinante y
deslumbrante ese paisaje de destellos y sonidos que alumbran la
oscuridad. Ahora sé la calma que habita en el centro de la tempestad
porque llegué a ese silencio.
Me
reconozco solitario: hace algunos años un astrólogo me dijo que mi
camino era muy individual. Lo entendí parcialmente. Ahora sé que es
muy difícil mantenerse al lado de alguien que se encuentra en
permanente metamorfosis o que su energía y vivacidad parece un
torbellino. Quienes descubran la calma y serenidad que hay en el
centro de un tornado, sabrán que pueden quedarse. Ver el festival
desde ahí, es un placer. También sabrán que acercarse los
transforma.
El
contenido de mi alma se hizo visible para mi a raíz de muchas
experiencias de soledad y como somos una sola alma, se me hace
comprensible la historia y el dolor humano.
La
costumbre ahoga al corazón, lo inunda y hasta lo pudre, según... Un
corazón latiendo al servicio de un alma antigua, con su calor hace
hervir las aguas que lo desbordan hasta desobstruirlo. En esos
calores, mezcla de vapor e incertidumbre, se está cocinando la
humanidad.
La
humanidad puede ser historia reciente y joven, sin embargo, guarda en
su registro profundo, los archivos de civilizaciones mucho más
antiguas que le dieron luz a su existir. La humanidad, tiene en su
ceno almas aún muy verdes, toscas quizás... Pero cuenta en su
naturaleza, con almas de incalculable sabiduría. No sé de qué
depende o a qué responde. Es así.
Siento
un tiempo de esperanza y regocijo venir. Y se me hace lágrima en la
mirada y sonrisa tenue en la boca. Agradezco desde lo hondo la
costumbre de este tiempo de hablar de amor que han tendido tantos
maestros que hoy se han vuelto hermanos. Agradezco poder hablar del dolor con amor. Y agradezco ser parte de ese
horizonte.
Sé que el amor que hoy está hablando es marea
inagotable y se está poniendo de pie. Merecemos que se instale la
cultura del amor en nuestros corazones, y que se haga tradición.
Esto que está sucediendo, a veces late con vigor y a veces parece
ocultarse pero su latido ya se desencadenó. Ese es el primer triunfo
y la certeza de que estamos habitando el cielo.
Camilo Pérez