El
Lugar, así, con mayúscula, quiere decir ocuparse de lo que sentimos que venimos
a hacer. Hacerlo con tanto convencimiento como para que no haya circunstancia
que tuerza la voluntad de ponerlo en práctica. Y en el mientras tanto, cultivar una paciencia,
tolerancia y comprensión suficientes como para no decaer en el intento al
momento en que de afuera lluevan las descalificaciones. Eso quería decir el Quijote cuando advirtió: “ladran,
Sancho… Señal que cabalgamos.”
Pasé
por todos los estados previos a encontrar mi espacio: estuve completamente
perdido y con mis emociones navegándome adentro, desoídas y desarticuladas.
Quise reducirme a una expresión esperada por los demás: trabajar, estudiar,
tener familia, la casa, el auto en la puerta dispuesto para los fines de semana
y el perro ensayando todas sus morisquetas para darme la bienvenida al regreso.
Quise simular que iba a poder ser normal pero soy muy malo fingiendo y la
normalidad fue el peor proyecto al cual me embarqué alguna vez. No me salió y
sentí mucha culpa por ello, además de frustración.
En
algún espacio de mis años, cuando supe que no aplicaba como uno más y no sabía
qué esperar de mí mismo, probé recogiendo del fondo de mi alma una sensación sobreviviente
de mi infancia: sentirme especial. Pero le di vida a su lado oculto: ser tan
raro y único como para que nadie logre comprender de qué hablo cuando hablo
y en qué estoy pensando cuando comparto lo que pienso. Más todavía, hacer o
dedicarme a algo tan exótico que me dejara infinidad de veces solo. Esta estrategia, desafortunada en parte y agraciada en otro lugar, tampoco me
evitó la frustración y no encontré compañía hasta un tiempo después.
Si
algo tuvo de bueno es que me topé con otros tan solos como yo que por dedicarme
a mi propia sanación, nos hicimos buenos aliados y aún continuamos andando juntos.
Y en ese caminar, nuestras armaduras van cediendo y las máscaras se van
quebrando. Nos vamos quedando con ese gesto de reciprocidad donde lo mío está en
todos y es de todos y lo de mis hermanos tiene lugar y cabe en mí.
Lo
otro positivo, es que de tanto pisar los extremos y como el tiempo y la rueda
del destino es finalmente un círculo, llegué al mismo lugar: al dolor que no
soporté y del cual me fui. Es así que reunirse con el dolor, es como cuando
aflora la sonrisa y hasta una tímida carcajada que recompensa, relaja y libera, luego
de un melodrama.
Qué habrá en este cuerpo, me preguntaba en referencia a mi corazón, mi alma y
sus tesoros. Dolores, canciones, temores y pánicos. Violencia, enojo, recelo y
envidia. Un niño triste y desolado, y un joven que ante los excesos, tuvo frenos,
¡por suerte! Hubo experiencias fascinantes. Hubo de las duras, de las amargas y
de mucha dulzura. Cada tanto me doy cuenta que tengo una buena historia que
todavía no conté. A veces me comunico desde lugares procesados y elaborados y
otras desde sitios difíciles de asumir. Hago lo que quiero hacer, sintiendo lo
que siento y las contradicciones son parte de una coherencia propia. No hay delito,
hay cura.
Hay
tanto en cada uno… El mundo entero cabe en nosotros. Esto lo han sabido todos
los Maestros y profetas, los antiguos y los actuales.
Hace
tiempo que descarté el impulso de ayudar a los demás, así que si no me llaman,
no me meto. Aclarado esto y confiando en lo que escribo tanto como seguro de la
intimidad y respeto con el que construyo este sitio, digo: hacé lo que sientas
sintiendo lo que sentís. Ese es el modo más directo de estar bien contigo.
Ahora,
querido lector, quisiera que tengas en cuenta lo siguiente. No te voy a decir
que para seguir a tu corazón tenés que terminar una relación, pero hay quien
lo lee y así lo siente. Otro verá esto y correrá a los brazos de su amante. O
dejará a su amante para focalizarse en su matrimonio y después la vida le dirá
desde adentro suyo, cómo lavar su peso.
Hay
quienes escuchan algo semejante a seguir lo que sienten y dejan un empleo,
toman otro trabajo de menos salario y más sueños o asumen mayores
responsabilidades y mejor dinero porque se proponen un objetivo. Lo que sea. Pero
ten en cuenta, por favor, lo que sentís. Hacé lo que quieras hacer, pero junto
con el cansancio, el miedo, la desazón, o la realidad con la que tus emociones
te hablen. Eso te transparentará y te aliviará.
Yo
hace mucho decidí vivir sin caretas y la gran familia en la que me rodeo y a la
que pertenezco, ya sabe de mis máscaras, por tanto es mi garantía para momentos
de mareo y olvido: ellos son mi termómetro.
No ha sido fácil, ha sido un gran entrenamiento. Entre los claroscuros que señala el camino, hay ritmos y pausas, y en ellos se descansa cuando se descansa, se trabaja cuando se trabaja, se está enojado cuando se está enojado y alegre cuando se está alegre. Y cuando se navega entre algunas de estas dimensiones aparentemente contradictorias, también está bien. Los dobles discrusos se van desvaneciendo y los desajustes aparentemente irreconciliables, tienden a la unidad.
Yo no vengo de una aldea extraña y lejana, soy hijo de esta cultura, como tu. Simplemente me he animado y he tomado riesgos, entre los cuales está el participar, el moverme, el hacerme presente llevando de arrastre, incluso, lo indecible y lo que no me hubiese permitido jamás que otro desnude de mi o lo descifre. A mi me descubrieron con respeto y le ofrecieron a mis terrores, dignididad. También he tenido la gracia de ser testigo de profundas y conmovedoras transformaciones, ese preciso momento donde ya es suficiente con lo que está pasando. Esa es otra maravilla más.
Todos venimos de los calderos de la personalidad, de los laberintos del ego y por qué no, de las sombras que arroja el alma sobre el cuerpo. Todos venimos de algún inframundo por más que queramos teñir de cielo nuestro relato.
En lo personal, elijo los calderos del diablo porque sé que con su fuego busca sólo un poco de atención y pide ser redimido. También levanto lamirada a los cielos despejados porque son la certeza del origen que me sostiene mientras no sea mi momento de retornar a él. En todos nosotros, ángeles y demonios se encuentran en íntima danza y relación. Yo los abrazo, sin exclusión y con profundo agradecimiento.
Camilo Pérez
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