miércoles, 27 de mayo de 2015

Caminar sin cuerpo



Segunda entrega para ukelelo.comukelelo.com

Mis recuerdos de la infancia son borrosos y lo que hay entre las nubes de mi memoria es tenebroso. Hay pesadillas y poco alivio. Recuerdo como un momento crucial dentro de mis días, la salida de la escuela, la camioneta que nos llevaba a casa y los compañeros de viaje.

Era media hora de trayecto donde algunos niños competían por quién tenía el cuento más siniestro. Los demás, escuchábamos con total asombro y entre un vaivén de emociones que nos conducía del terror a la fascinación. Una vez que la bañadera estacionaba, comenzaba el tormento que se prolongaría durante horas. Cómo gobernar el estupor y el pánico si el Diablo estaría acechando y esperándome en cualquier rincón del hogar, especialmente para aparecerse en un espejo. Ya estaba en edad de procesar ciertas cosas con 10 u 11 años, sin embargo esto era imposible de sobrellevarlo… ¡Era demasiado!

Seguramente desde algún lugar lejano, operaría el recuerdo de mi convivencia con seres con ánima —espíritu— pero sin cuerpo. Sentía mucha confusión. Se me entreveraban los buenos, los malos, los ángeles y los demonios. Sentía mucho miedo porque estaba muy solo para entender qué era fantasía y qué era realidad.

Un tiempo después, mis padres compraron una casa y se separaron de la convivencia con mi abuela aunque ella continuaría muy cerca de nosotros por varios motivos. Esa mudanza fue importante porque inauguró otra etapa de mi vida. A partir de aquí, los demonios se hicieron vívidos en el secundario y en la vieja casa familiar, quedaron los retazos desagradables de mi niñez.

Durante los años que siguieron, continué mi educación en un colegio del estado, en un barrio donde se mezclaban las clases medias y muy bajas. Yo era un niño flacucho, y con poca seguridad en sí mismo, lo que me convertía en el blanco de los chicos de mi edad: niños no tan niños, crecidos a la fuerza y presos del abandono marginal.

Poco después mis padres se separaron y todo lo que me sostuvo durante la niñez, comenzó a desmoronarse. Se diluía el contacto con partes de mi familia, la ausencia de mi papá, una casa a la que recién nos estábamos acostumbrando y los rumores demasiado pronto de una nueva pareja de mi mamá. Todo en mi vida estaba transformándose y el escenario para eso era cada vez más confuso.

Entre los tantos efectos colaterales que enfrenté con la separación de mis padres, uno beneficioso fue la habitación independiente. Yo también me separaba pero de mi hermana pequeña. En ese cuarto se dieron muchos episodios fuera de lo común que hoy se llamarían “experiencias espirituales”.

Era mediodía, y viví lo que se conoce como desprendimiento astral. Había vuelto recientemente del liceo y decidí acostarme por el cansancio que me provocaba madrugar. Mi cuerpo quedaba lentamente relajado y sin embargo mi conciencia no se adormecía como suele pasar en la antesala del sueño. Tuve la sensación de que esa conciencia que no estaba durmiéndose era un yo más real o significativo que el de mi cuerpo quedando inerte en la cama.

Mi físico no podía acompañar ese desprendimiento y las referencias no se perdían: horario diurno, el cuarto, la casa y sus detalles. Yo no estaba caminando, esa conciencia un poco más elevada, funcionaba desprendiéndose del cuerpo físico y por desplazamiento en el espacio. Lo viví como si fuera una cámara filmadora invisible, yendo de un lugar a otro, captando lo que pasa en el entorno pero sin ser tenida en cuenta o notada por los demás. Así, vi que mi abuela, que iba a diario a ayudar a mi madre en nuestra casa con el almuerzo, estaba cocinando para mi hermana y para mí. Una parte mía comenzó a cuestionar lo que estaba sucediendo y entonces rápidamente volví a mi cuerpo dándome cuenta de que estaba exhausto.

Esta experiencia, sucede cada vez que dormimos.  El cuerpo físico es el aspecto más denso o pesado y el soporte de todo lo demás. Dentro de él vivimos lo que sentimos —emociones y sensaciones— y lo que pensamos —ideas—, pero al mismo tiempo, tanto las emociones como los pensamientos son cuerpos energéticos denominados cuerpo emocional y cuerpo mental. 

Lo que pasó, fundó una nueva etapa en mi vida. Había desechado el contacto espiritual y el miedo no tenía una presencia tan fuerte como antes. Sin embargo algo inherente a mi esencia era más poderoso que cualquier intento de acoplarme al mundo externo y sus demandas. Esta fue una experiencia de tantas otras muy semejantes. En el transcurrir del día o ante la inminencia del momento de dormir, un estado de liviandad se dejaba percibir a mí alrededor pero sobre todo dentro de mi cuerpo, que me avisaba que saldría a investigar el éter.

Las formas físicas casi nunca se perdían, excepto claro si ninguna luz artificial se mantenía encendida durante la noche. Allí estaban las puertas, ventanas y el mobiliario conocido del hogar, sin embargo eso no me impedía pulular deliberadamente cuando la sensación de despegue me conquistaba.

Yo quería investigar el mundo desde el éter sin las trabas que se me imponían desde el plano físico. Estaba aún muy atado a las formas del orden terrenal. Aunque estuviera fuera de mi cuerpo, una pared era una pared... Fue así que una noche, queriendo atravesar por primera vez los límites de la casa, ingresé en un pasillo que daba a la calle y para mi sorpresa una sensación de terror me invadió por completo. Mi cuerpo era energético y sin embargo, una sensación de aniquilación se apoderó totalmente de mí. Esa noche, comencé a conocer a los guardianes de los distintos portales dimensionales.

¿Quiénes son? ¿Qué funciones cumplen? ¿A quiénes responden? ¿Quién soy? ¿Por qué me toca vivir esto? Todas estas preguntas me desvelaban, pero lo más delicado no es tener interrogantes, sino cuando tus dudas encuentran respuestas...

¡Hasta la próxima semana!




Camilo Pérez

miércoles, 13 de mayo de 2015

El niño que sufría en silencio

Gracias a la gente de ''Ukelelo'', magazine alternativo (Argentina) por la oportunidad de ir relatando mi vida. Agradecido de cruzar al otro lado del río. ¡Que disfruten de cada entrega!


Mi nombre es Camilo Pérez, nací en la primavera de 1983 en Montevideo, Uruguay. Me dedico a acompañar a las personas en procesos de cambio, transformación y trascendencia. La gente que llega a mi, ha atravesado recientemente (o lo está pasando) algún evento personal crítico o una catástrofe familiar. En ese momento, se enteran de mi existencia por algún conocido o los que me conocen, se animan a una entrevista particular. Ahí empiezan las palabras que se acercan a lo que soy, según la cultura o creencia del ''paciente'': terapeuta, sanador, curandero, chamán, brujo, mago o hasta alquimista. Pero en invierno de 2013 fui consagrado hombre rayo del Camino espiritual del Cielo. En futuras entregas desarrollaré de qué se trata.

He tenido desde chico muchísimas visiones, premoniciones, recuerdos de otras vidas e incluso sueños donde muchas de las profecías que la gente conoce, se me han mostrado. Aunque la memoria de mi alma (donde se guarda el bagaje de todas las encarnaciones previas) comenzó a develarse para mi en los últimos años. A mi edad, sé que vengo de una dimensión conocida como de ''luz'' o ''dimensión crística'' (almas puras). En otros planetas donde la vida física no existe y los cuerpos son energía, se nos dice los ashua, los transparentes. Por eso el nombre de Cristo, fue Yeshua (Jesús), el transparente.

Como mi alma proviene de ese ''lugar'', estoy familiarizado con los seres que todos conocen como ángeles, aunque no por eso desconozco la existencia de otros seres que cumplen otras funciones muy sagradas en la vida de todos: los demonios.

Antes de los 7 años había tenido varias aproximaciones al mundo espiritual. Yo no lo buscaba, simplemente se me aparecían figuras. Sólo sé que su presencia me resultaba familiar. Es más, me parecía natural. Cuando sos un chico, no te cuestionás la presencia de tus padres. Bueno, para mi era lo mismo, no me cuestionaba la presencia de algunos espíritus o seres de otras dimensiones. Podía compartir el espacio de mi habitación con seres que no tenían cuerpo físico sino energético o escuchar susurros cercanos, sin perturbarme. Pero sobre todo era una percepción de que ahí estaban o había algo. Para la mayoría de las personas estas vivencias pueden resultar extrañas o ser eventos sobrenaturales, para mi lo extraño es no tener contacto ni relación con esos seres que algunos les llaman ángeles, maestros de luz, etcétera...¡Porque los vi y me comunico con ellos desde siempre aunque las formas hayan variado!

Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que era yo el que tenía una sensibilidad especial ''despierta''. Y ahora (a mis 31 años) sé que ese espacio sensible está vivo en todos nosotros sólo que la mayoría no se anima a atenderlo por muchos motivos, hasta que ocurre algo que derrumba al ego y sus murallas... Y ahí hago mi trabajo, que es reconectar a la gente con su espiritualidad, su sentido de vivir.

Una pequeña parte de mi educación escolar (el primer año) fue en un colegio católico y eso fue fatal. Rápidamente mi espiritualidad interna entró en colapso con una religión externa y esa brecha me generó muchos miedos. Les recuerdo que yo estaba en contacto permanente con el ''mundo invisible''. Estos seres, cuando vamos bien, nos acompañan compasivamente (lo que llamaríamos ángeles). Ahora, cuando nos salimos de camino por pereza o falta de voluntad, otros seres se acercan a nuestro lado a ''acomodarnos'' o a recordarnos el camino; es a lo que la religión les llama demonios. Para mi no había problemas, estaba en paz con ambos porque representan la totalidad y son funcionales a distintos aspectos de la vida. Pero la incidencia de un ciclo breve de educación religiosa hizo que comenzara a percibir la realidad bajo la lupa del mundo de los enemigos, que separa, dentro de las experiencias que nos tocan vivir, a buenos de malos, a santos de pecadores o a ángeles de demonios.

Para mayor terror en mi, cuando me cambiaron del colegio a la escuela pública, esta brecha se pronunció. Los niños con los que compartía la camioneta que me llevaba a casa luego de la escuela, hablaban sobre seres espantosos y su jefe: el Diablo. Así que de la conexión natural temprana, pasé a escuchar fábulas y fantasías que en la soledad de mi cuarto, se transformaban en una tortura y la oscuridad, en una cámara cargada de secretos y ojos que me observaban y acechaban continuamente.

Por mi propia naturaleza, había un motor interno que me llevaba a querer ahondar en esas historias y leyendas. No era morbo, yo ya no estaba en contacto con ninguna dimensión especial pero me quedaba su registro y una sensación de que bajo ese misterio había algo para mi, que pertenecía a eso; así que me aterraba y me seducía a la vez. Lo que pretendía era religar con un origen al que mi vida pertenecía. Más aún, era ese origen el que me dada a mi la oportunidad de estar vivo y no la vida la que me pertenecía a mi. El resultado era esperable: a los 10 años era un niño normal que sufría su sensibilidad en silencio.

Los siguientes años pasaron con cierta regularidad: la rutina de la escuela y sus tareas, las meriendas que preparaba mi abuela y las golosinas posteriores que resultaban en un verdadero goce. También los tiempos pateando la pelota en la calle entre amigos de la cuadra y más allá. Mi hermana 5 años menor, mi madre, mi padre... Ah... ¡Y mi abuela! Que no sólo preparaba la merienda sino con la que conviviríamos hasta un tiempo después.

Las fuerzas de la adaptación al medio familiar y social, hicieron que olvidara aquellos registros tempranos de visiones y voces que se acercaban a mi con frecuencia. Aprendí a pasar frente a un espejo aterrado por la posibilidad de que figuras espantosas y espectrales se presentaran. Mis interrogantes (que las tenía a montones) no encontraban respuestas en los adultos que me rodeaban, para ellos esas preguntas eran un mundo totalmente ajeno. Y efectivamente era y fue así.

En la siguiente entrega les seguiré contando cómo y de qué modo, volví a conectar con esa fuente espiritual.



Camilo Pérez