Segunda entrega para ukelelo.comukelelo.com
Mis recuerdos de la
infancia son borrosos y lo que hay entre las nubes de mi memoria es tenebroso.
Hay pesadillas y poco alivio. Recuerdo como un momento crucial dentro de mis
días, la salida de la escuela, la camioneta que nos llevaba a casa y los
compañeros de viaje.
Era media hora de
trayecto donde algunos niños competían por quién tenía el cuento más siniestro.
Los demás, escuchábamos con total asombro y entre un vaivén de emociones que
nos conducía del terror a la fascinación. Una vez que la bañadera estacionaba,
comenzaba el tormento que se prolongaría durante horas. Cómo gobernar el
estupor y el pánico si el Diablo estaría acechando y esperándome en cualquier
rincón del hogar, especialmente para aparecerse en un espejo. Ya estaba en edad
de procesar ciertas cosas con 10 u 11 años, sin embargo esto era imposible de
sobrellevarlo… ¡Era demasiado!
Seguramente desde algún
lugar lejano, operaría el recuerdo de mi convivencia con seres con ánima
—espíritu— pero sin cuerpo. Sentía mucha confusión. Se me entreveraban los
buenos, los malos, los ángeles y los demonios. Sentía mucho miedo porque estaba
muy solo para entender qué era fantasía y qué era realidad.
Un tiempo después, mis
padres compraron una casa y se separaron de la convivencia con mi abuela aunque
ella continuaría muy cerca de nosotros por varios motivos. Esa mudanza fue
importante porque inauguró otra etapa de mi vida. A partir de aquí, los
demonios se hicieron vívidos en el secundario y en la vieja casa familiar,
quedaron los retazos desagradables de mi niñez.
Durante los años que
siguieron, continué mi educación en un colegio del estado, en un barrio donde
se mezclaban las clases medias y muy bajas. Yo era un niño flacucho, y con poca
seguridad en sí mismo, lo que me convertía en el blanco de los chicos de mi
edad: niños no tan niños, crecidos a la fuerza y presos del abandono marginal.
Poco después mis padres
se separaron y todo lo que me sostuvo durante la niñez, comenzó a desmoronarse.
Se diluía el contacto con partes de mi familia, la ausencia de mi papá, una
casa a la que recién nos estábamos acostumbrando y los rumores —demasiado pronto— de una nueva pareja de
mi mamá. Todo en mi vida estaba transformándose y el escenario para eso era
cada vez más confuso.
Entre los tantos efectos
colaterales que enfrenté con la separación de mis padres, uno beneficioso fue
la habitación independiente. Yo también me separaba pero de mi hermana pequeña.
En ese cuarto se dieron muchos episodios fuera de lo común que hoy se llamarían
“experiencias espirituales”.
Era mediodía, y viví lo
que se conoce como desprendimiento astral. Había vuelto recientemente del liceo y
decidí acostarme por el cansancio que me provocaba madrugar. Mi cuerpo quedaba
lentamente relajado y sin embargo mi conciencia no se adormecía como suele
pasar en la antesala del sueño. Tuve la sensación de que esa conciencia que no
estaba durmiéndose era un yo más real o significativo que el de mi cuerpo
quedando inerte en la cama.
Mi físico no podía
acompañar ese desprendimiento y las referencias no se perdían: horario diurno,
el cuarto, la casa y sus detalles. Yo no estaba caminando, esa conciencia un
poco más elevada, funcionaba desprendiéndose del cuerpo físico y por desplazamiento
en el espacio. Lo viví como si fuera una cámara filmadora invisible, yendo de
un lugar a otro, captando lo que pasa en el entorno pero sin ser tenida en
cuenta o notada por los demás. Así, vi que mi abuela, que iba a diario a ayudar
a mi madre en nuestra casa con el almuerzo, estaba cocinando para mi hermana y
para mí. Una parte mía comenzó a cuestionar lo que estaba sucediendo y entonces
rápidamente volví a mi cuerpo dándome cuenta de que estaba exhausto.
Esta
experiencia, sucede cada vez que dormimos. El cuerpo físico es el aspecto más denso o
pesado y el soporte de todo lo demás. Dentro de él vivimos lo que sentimos
—emociones y sensaciones— y lo que pensamos —ideas—, pero al mismo tiempo,
tanto las emociones como los pensamientos son cuerpos energéticos denominados cuerpo emocional y cuerpo mental.
Lo que pasó,
fundó una nueva etapa en mi vida. Había desechado el contacto espiritual y el
miedo no tenía una presencia tan fuerte como antes. Sin embargo algo inherente
a mi esencia era más poderoso que cualquier intento de acoplarme al mundo
externo y sus demandas. Esta fue una experiencia de tantas otras muy
semejantes. En el transcurrir del día o ante la inminencia del momento de
dormir, un estado de liviandad se dejaba percibir a mí alrededor pero sobre
todo dentro de mi cuerpo, que me avisaba que saldría a investigar el éter.
Las formas
físicas casi nunca se perdían, excepto —claro— si ninguna luz
artificial se mantenía encendida durante la noche. Allí estaban las puertas,
ventanas y el mobiliario conocido del hogar, sin embargo eso no me impedía
pulular deliberadamente cuando la sensación de despegue me conquistaba.
Yo quería
investigar el mundo desde el éter sin las trabas que se me imponían desde el
plano físico. Estaba aún muy atado a las formas del orden terrenal. Aunque
estuviera fuera de mi cuerpo, una pared era una pared... Fue así que una noche,
queriendo atravesar por primera vez los límites de la casa, ingresé en un
pasillo que daba a la calle y para mi sorpresa una sensación de terror me
invadió por completo. Mi cuerpo era energético y sin embargo, una sensación de
aniquilación se apoderó totalmente de mí. Esa noche, comencé a conocer a los
guardianes de los distintos portales dimensionales.
¿Quiénes son?
¿Qué funciones cumplen? ¿A quiénes responden? ¿Quién soy? ¿Por qué me toca
vivir esto? Todas estas preguntas me desvelaban, pero lo más delicado no es
tener interrogantes, sino cuando tus dudas encuentran respuestas...
¡Hasta la
próxima semana!
Camilo Pérez