Mi nombre es
Camilo, soy un hombre de 34 años. Soy nieto de Nahir, hijo de Claudia y padre
de Julieta. En mi familia -breve y chiquita entre los que tenemos cercanía- son
más mujeres que hombres. Es por eso que siempre tuve mucho más a mano el
universo femenino que el masculino. Muchísimo tiempo después, entendí por qué
la vida diseñó esa realidad para mí: cuando las mujeres se juntan, hablan de lo
que les pasa, mientras que los varones lo evitan. No es mi caso, no eludo lo
que siento.
No siempre
cuando las mujeres se juntan y hablan, sus sentires y pensamientos reflejan la
verdad, pero el hecho tiene el valor en sí mismo de encarar lo que les sucede.
Como les sale, como pueden. Y para empezar es suficiente.
Mujeres: yo soy un hombre. Pero antes, mi corazón
es humano. En él hay penas, conflictos, dolores, heridas, alegrías, sonrisas,
conquistas y abrazos. Aunque diré que los abrazos que más fascinan a mi alma
son los que nos damos mi hija y yo, y en su semblante y su pararse ante la vida,
podré ver si lo logré o no. Por lo menos parcialmente, su presencia dirá de mí
si conquisté mi corazón o no. Porque algo de su florecimiento, habrá sido consecuencia
de mi cura.
Mi vida está atravesada desde hace rato por el
camino hacia la redención y el perdón. Rendir honor a mi destino es a la vez hacer
las paces con lo que fue de mis ancestros y con el camino que me llama hacia
adelante. En la vida de los que conozco y en la de los que no conocí, hubo
dolores. Mi vida es un milagro compuesto por sus avatares y sacrificios. La
tuya también.
Nuestra identidad está traspasada por la
complejidad de personas de las cuales ni siquiera conoceremos sus nombres. Lo
que ellos –nuestros antepasados- dejaron en el debe, se reparte y es legado de
quienes ahora estamos vivos. Es así que todo lo hace a la conciencia – familiar
y social- es una herencia que nos toca sin previo aviso. Nos sucede por el
hecho de estar vivos, no hay elección. Discutir esa herencia, es igual que
parase frente a un gran árbol de roble lleno de los más variados sucesos, con
las huellas del paso del tiempo. Es inútil y desvitalizante.
Nos toca lo que nos toca y el asunto es qué hacemos
con eso. Yo hago nido e invoco una intención todos los días: abonar relaciones
verdaderas y con sentido. A esos vínculos quiero pertenecer, en ellos quiero
permanecer.
Muchas veces pensé que postergaba mis sueños al
decidir cortar con quienes no me hacían bien, pues estaban involucrados en mis
anhelos. Con el correr de los años me he dado cuenta que en realidad estoy
siendo buen custodio de los sueños de mi corazón y de los destinos que mi alma
conoce: a ellos les estoy eligiendo lo mejor y es sólo cuestión de tiempo.
Y quiero compartir lo que para mí han sido
herramientas, como quien lanza un rezo o un pedido de amor y respeto al
universo de nuestros corazones. Una estrategia para habitar relaciones sanas. Y
lo hago porque no me siento fuera de nada y soy parte de esta gran familia planetaria:
de sus heridas y de la posible redención
de su alma.
Sé que primero está lo que necesito, y en ese
margen, poder discernir lo que me hace bien de lo que no es el primer filtro.
Lo más difícil de esta primera decisión es sostener las etapas de vacío que es
proporcional a desabastecer a la personalidad. Porque la personalidad es adicta
al conflicto y se pone frenética cuando toma contacto con los huecos
emocionales y las sensaciones desagradables que orbitan en torno a la memoria
del desamor cuando esta se mueve y avanza. Una frase que calza como anillo al
dedo sería: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.
No voy a poder solo/ sola con este proceso y reorganización
interior porque lo primero que fluye a la superficie es caótico, así que voy a
precisar ayuda. Si logro encontrar quien me asista durante esta etapa, habré
conquistado una buena medida de amor propio. A partir de aquí ya nada es tan
difícil.
El siguiente desafío será seguir cuando trastabille
o las situaciones no deriven en un puerto tan amoroso como pretendía. Como un
GPS cuando indica “recalculando..”, habrá momentos donde hay que ajustar la
dirección porque aunque parezca decepcionante, hay una parte ruidosa y a veces
seductora que puja hacia la repetición del desamparo y el abuso, y otra que
invita a tomar responsabilidad sobre nosotros mismos. Lo más valioso de este período
es que tengo un sentido que está emergiendo: la sanación de mi dolor.
Es probable que a partir de aquí empiecen a
prevalecer relaciones más auténticas aunque no precisamente definitivas, y es
positivo saberlo. A veces cuando ya lidiamos con los conflictos de etapas
anteriores, queremos quedarnos en esos nuevos vínculos que van apareciendo.
Es importante entonces reconocer que quizás estos
no estén para siempre, pues lo que nos une a ellos es el interés por organizar
nuestros movimientos hacia espacios de amor y confianza. Lo que nos identifica
y nos liga con esas personas en esta parte del camino es la intención de sanar
mis criterios internos y levantarme en confianza. Es una etapa transitoria
movida por la necesidad de reparo y no tanto por lo afectivo.
Finalmente llega la parte en que si miro hacia
atrás, me entero de unas cuantas cosas: no es en soledad que resuelvo y puedo
asumir los retos de la vida. Ya tengo la experiencia del alivio y del respaldo
que es caminar en compañía habiendo tendido redes de ayuda y colaboración.
Entonces hay algo que tengo que saber: puedo contar
conmigo. Este punto del sendero me enfrenta directamente a mis heridas antiguas
pero me encuentra a mi parado en otra posición. Ya conozco lo que me hace daño
y ya sé elegirme bien.
En este escalón, el aprendizaje será darme tiempo
para florecer mientras me relaciono lo mejor que puedo con lo que me incomoda.
Mi danza interior puede entreverarme de tanto en tanto. El desafío es no
confundir los movimientos de mi vida, lo que me llama y a dónde voy. Al paso
del día a día se van a agitar un montón de cosas, pero mover la naturaleza de
mi corazón no es alboroto. Tengo ahora espacio suficiente en mi para
discriminar cuándo son cantos de sirena hacia el perderme y cuándo es una
manifestación genuina de mi ser.
Yo les escribía esto, mujeres, porque elijo
respetarlas y convivir bajo el mismo sol que ustedes. Se puede salir de la
violencia entrando en lo turbulento de nuestros mundos íntimos y plantándole la
cara de a poco a los infiernos personales.
Para cerrar, compartir desde mi perspectiva que los
hombres y las mujeres no somos iguales. Pero gracias a esta diversidad se
expresa la vida. Jamás podré traer un ser a este mundo, mi cuerpo no vino
preparado para eso. Así mismo hay cosas que una mujer no podrá experimentar
porque su cuerpo naturalmente organiza otras realidades.
El corazón humano es uno solo, pero no me siento
igual a una mujer como no me siento idéntico a otro hombre. Y en esa diferencia
se amplía la vida y lo diverso hace madurar a cada uno.
Que el furor de los vínculos no nos arranque la
oportunidad de vivir en paz.
Sólo es bello estar juntos cuando el sueño que
surge es más elevado y vital que lo que hubiéramos podido hacer por separado.
Mujeres: con todo cariño y respeto.
Camilo