miércoles, 17 de enero de 2018

Los abrazos que ya no...

Es lluvia de enero y el agua frustra unos nocturnos y sencillos planes. Los licua y yo los veo naufragar. Sin grandes resistencias, me rindo a una noche de emociones bailando al ritmo de este cielo mojado y resbaladizo. Conozco estos rinconcitos de mi. A cierta edad - cada cual sabrá...- uno ya reconoce lo que la vida no es ni será. Lo que no fue o lo que se esfumó. Los proyectos que no. Esos más importantes y necesarios que los que se lleva esta sencilla lluvia de enero. 

A cierta hora, ¡bendita hora! Uno ya sabe los brazos que no sostienen, la confianza que se quebró, la complicidad que se llenó de dudas, la intimidad que huele a peligro. En cierto momento, uno sabe los abrazos que ya no...

¿Un canto a la desilusión? Sí, puede ser. Pero despeja el camino, ahorra tiempo y ya seguís de largo. Al principio cuesta, pero después caés en la cuenta que ese amor, ese amigo, ese familiar incluso... Ya no. No supo, no pudo, no quiso. Entonces, ya no.

Yo me quedo donde y con quien me ataje de brazos abiertos, sin medida ni consejo y con un silencio acogedor. Yo me quedo con las bocas que acechan, amplias y con besos calientes. Yo me miro con los ojos que dejan su mirada ardiente. Yo me quedo en una piel encendida, sin ganas de apagarse y con el deseo urgente de habitar lo misterioso, lo hondo y lo provocador. 

Yo me quedo entre las manos que -detrás de las palabras fervorosas- me cuentan sus sueños rabiosamente. Aquellas que narran y se preguntan al borde del odio cómo es que aún la vida no les concedió la dicha de ser lo que llevan dentro.

También soy parte del vacío de aquellos a los que ofendí. Y no me elijen, y están en lo cierto.

Yo no muevo mi alegría con los que me perdieron. No muevo ni mis palabras ni mis manos. Simplemente hay lugares, hay corazones donde no me muevo.

Yo me elijo entre los rotos a quienes los golpes no les fueron acortando el corazón ni silenciando la sonrisa. Los hay. A veces me olvido dónde, pero lo sé porque después me acuerdo y los encuentro. 

Dicen que el mundo duele, y comparto. Pero no me duelen las guerras lejanas, me duele mi afectividad próxima cuando no contiene y se convierte en tierra de abandono y desabastecimiento. Me duele donde desearía mirar y no me pueden ver. Donde el gesto no alcanza y el amor no llega. 

Adoro estos días de enero, de planes que ya no. Donde mi alma se expande.



lunes, 27 de noviembre de 2017

Mujeres:

Mi nombre es Camilo, soy un hombre de 34 años. Soy nieto de Nahir, hijo de Claudia y padre de Julieta. En mi familia -breve y chiquita entre los que tenemos cercanía- son más mujeres que hombres. Es por eso que siempre tuve mucho más a mano el universo femenino que el masculino. Muchísimo tiempo después, entendí por qué la vida diseñó esa realidad para mí: cuando las mujeres se juntan, hablan de lo que les pasa, mientras que los varones lo evitan. No es mi caso, no eludo lo que siento.

No siempre cuando las mujeres se juntan y hablan, sus sentires y pensamientos reflejan la verdad, pero el hecho tiene el valor en sí mismo de encarar lo que les sucede. Como les sale, como pueden. Y para empezar es suficiente.

Mujeres: yo soy un hombre. Pero antes, mi corazón es humano. En él hay penas, conflictos, dolores, heridas, alegrías, sonrisas, conquistas y abrazos. Aunque diré que los abrazos que más fascinan a mi alma son los que nos damos mi hija y yo, y en su semblante y su pararse ante la vida, podré ver si lo logré o no. Por lo menos parcialmente, su presencia dirá de mí si conquisté mi corazón o no. Porque algo de su florecimiento, habrá sido consecuencia de mi cura.

Mi vida está atravesada desde hace rato por el camino hacia la redención y el perdón. Rendir honor a mi destino es a la vez hacer las paces con lo que fue de mis ancestros y con el camino que me llama hacia adelante. En la vida de los que conozco y en la de los que no conocí, hubo dolores. Mi vida es un milagro compuesto por sus avatares y sacrificios. La tuya también.

Nuestra identidad está traspasada por la complejidad de personas de las cuales ni siquiera conoceremos sus nombres. Lo que ellos –nuestros antepasados- dejaron en el debe, se reparte y es legado de quienes ahora estamos vivos. Es así que todo lo hace a la conciencia – familiar y social- es una herencia que nos toca sin previo aviso. Nos sucede por el hecho de estar vivos, no hay elección. Discutir esa herencia, es igual que parase frente a un gran árbol de roble lleno de los más variados sucesos, con las huellas del paso del tiempo. Es inútil y desvitalizante.

Nos toca lo que nos toca y el asunto es qué hacemos con eso. Yo hago nido e invoco una intención todos los días: abonar relaciones verdaderas y con sentido. A esos vínculos quiero pertenecer, en ellos quiero permanecer.

Muchas veces pensé que postergaba mis sueños al decidir cortar con quienes no me hacían bien, pues estaban involucrados en mis anhelos. Con el correr de los años me he dado cuenta que en realidad estoy siendo buen custodio de los sueños de mi corazón y de los destinos que mi alma conoce: a ellos les estoy eligiendo lo mejor y es sólo cuestión de tiempo.

Y quiero compartir lo que para mí han sido herramientas, como quien lanza un rezo o un pedido de amor y respeto al universo de nuestros corazones. Una estrategia para habitar relaciones sanas. Y lo hago porque no me siento fuera de nada y soy parte de esta gran familia planetaria: de sus heridas y de la posible  redención de su alma.

Sé que primero está lo que necesito, y en ese margen, poder discernir lo que me hace bien de lo que no es el primer filtro. Lo más difícil de esta primera decisión es sostener las etapas de vacío que es proporcional a desabastecer a la personalidad. Porque la personalidad es adicta al conflicto y se pone frenética cuando toma contacto con los huecos emocionales y las sensaciones desagradables que orbitan en torno a la memoria del desamor cuando esta se mueve y avanza. Una frase que calza como anillo al dedo sería: “más vale malo conocido que bueno por conocer”.

No voy a poder solo/ sola con este proceso y reorganización interior porque lo primero que fluye a la superficie es caótico, así que voy a precisar ayuda. Si logro encontrar quien me asista durante esta etapa, habré conquistado una buena medida de amor propio. A partir de aquí ya nada es tan difícil.

El siguiente desafío será seguir cuando trastabille o las situaciones no deriven en un puerto tan amoroso como pretendía. Como un GPS cuando indica “recalculando..”, habrá momentos donde hay que ajustar la dirección porque aunque parezca decepcionante, hay una parte ruidosa y a veces seductora que puja hacia la repetición del desamparo y el abuso, y otra que invita a tomar responsabilidad sobre nosotros mismos. Lo más valioso de este período es que tengo un sentido que está emergiendo: la sanación de mi dolor.

Es probable que a partir de aquí empiecen a prevalecer relaciones más auténticas aunque no precisamente definitivas, y es positivo saberlo. A veces cuando ya lidiamos con los conflictos de etapas anteriores, queremos quedarnos en esos nuevos vínculos que van apareciendo.

Es importante entonces reconocer que quizás estos no estén para siempre, pues lo que nos une a ellos es el interés por organizar nuestros movimientos hacia espacios de amor y confianza. Lo que nos identifica y nos liga con esas personas en esta parte del camino es la intención de sanar mis criterios internos y levantarme en confianza. Es una etapa transitoria movida por la necesidad de reparo y no tanto por lo afectivo.

Finalmente llega la parte en que si miro hacia atrás, me entero de unas cuantas cosas: no es en soledad que resuelvo y puedo asumir los retos de la vida. Ya tengo la experiencia del alivio y del respaldo que es caminar en compañía habiendo tendido redes de ayuda y colaboración.

Entonces hay algo que tengo que saber: puedo contar conmigo. Este punto del sendero me enfrenta directamente a mis heridas antiguas pero me encuentra a mi parado en otra posición. Ya conozco lo que me hace daño y ya sé elegirme bien.

En este escalón, el aprendizaje será darme tiempo para florecer mientras me relaciono lo mejor que puedo con lo que me incomoda. Mi danza interior puede entreverarme de tanto en tanto. El desafío es no confundir los movimientos de mi vida, lo que me llama y a dónde voy. Al paso del día a día se van a agitar un montón de cosas, pero mover la naturaleza de mi corazón no es alboroto. Tengo ahora espacio suficiente en mi para discriminar cuándo son cantos de sirena hacia el perderme y cuándo es una manifestación genuina de mi ser.

Yo les escribía esto, mujeres, porque elijo respetarlas y convivir bajo el mismo sol que ustedes. Se puede salir de la violencia entrando en lo turbulento de nuestros mundos íntimos y plantándole la cara de a poco a los infiernos personales.

Para cerrar, compartir desde mi perspectiva que los hombres y las mujeres no somos iguales. Pero gracias a esta diversidad se expresa la vida. Jamás podré traer un ser a este mundo, mi cuerpo no vino preparado para eso. Así mismo hay cosas que una mujer no podrá experimentar porque su cuerpo naturalmente organiza otras realidades.

El corazón humano es uno solo, pero no me siento igual a una mujer como no me siento idéntico a otro hombre. Y en esa diferencia se amplía la vida y lo diverso hace madurar a cada uno.

Que el furor de los vínculos no nos arranque la oportunidad de vivir en paz.

Sólo es bello estar juntos cuando el sueño que surge es más elevado y vital que lo que hubiéramos podido hacer por separado.

Mujeres: con todo cariño y respeto.


Camilo



jueves, 3 de agosto de 2017

La tierra encantada

Tomábamos mate en el living de su casa, frente a frente. A nuestro lado un gran ventanal nos regalaba una típica postal citadina de pleno invierno. Gente abrigada en apuros y esa sensación un poco desoladora al ver la vegetación de la acera desnuda. Con esta amiga sexagenaria nos conocemos desde hace unos años y nos queremos. En nuestra relación está el premio.

Nuestras conversaciones son una caricia al alma, nos importa más saber de nosotros que lo que pasa en el mundo. Una vez más, sin embargo, aparecía en la conversación la inseguridad, la economía y otros tópicos por el estilo. Escuché mi rebeldía rugiendo adentro y me contuve. Me apresté a escuchar mis emociones y solas fueron organizándose hasta regalarme claridad.

Tomé una bocanada de aire y me sentí por última vez antes de hablar. Para mí lo único que podemos esperar de este diseño, de las ciudades, es que se profundice y se acentúe el vértigo y la pérdida de sentido. Como toda velocidad, cuando el acelerador está a tope, sólo cabe suponer que el sistema de freno se rompa y entonces vendrá un gran porrazo. Si pretendemos que este modelo se vuelva cuerdo, estamos en el horno. La vida está señalando hacia otro lugar, lo que queda de este tiempo es sólo ser testigos de su colapso.

Mi amiga fue por otro lado para insistir: la crisis económica. Y yo volví a sentir mi rebeldía esta vez más aplacada y quise tener una buena palabra para ofrecer. Sabía de qué se trataba pero el campo aún no estaba listo: hablaba de sí misma, la crisis estaba desatada en ella.

Cuando hubo agua, me zambullí con amor y confianza en el mar del intelecto para después abrir su lecho hacia el laberinto de las emociones. Yo no sé si hay crisis económica y en todo caso, es un discurso que se viene sosteniendo desde hace unos años y sigo viendo un nivel de consumo parejo cuando me muevo por la calle o transito centros comerciales masivos. Naturalmente el consumo tiene un pico y cuando las utilidades ya están cubiertas, luego se estabiliza. Por eso siempre va a haber cierto flujo, es parte de un equilibrio: locales que cierran, gente en busca de nuevos horizontes y otros locales que abren. Después que habíamos agotado el circuito de la identidad neurótica y sus fantasías catastróficas, por fin pude decirle: yo también me he defendido así de mis crisis.

Nuestro Uruguay, aún hoy, es una tierra bendecida, una tierra de paz. Las pantallas en sus diferentes formatos electrónicos nos revelan informaciones permanentes de todos los rincones del planeta y casi por seguro, podemos suspirar aliviados: no hay grandes eventos climáticos ni tampoco sucesos fraudulentos constantes.

Nuestra realidad es tan imperfecta como cualquier otra. Aún así, nuestra gente tiene un buen rango de tolerancia a la diferencia y a la diversidad de pensamientos. Somos un país de libre pensadores y si hay algo que no toleramos en demasía es que se someta a esa condición libre-pensante. Solemos defenderla. En este rincón del sur se respira libertad y se percibe luz. Ese es el regalo del espíritu para nosotros: somos el país donde cierta cuota de utopía es realidad.

Aquí hay puñaditos de gente explorando otras maneras de vivir. Intentándolo. Probando. Aquí, a un rato del fin del mundo, las fallas del tan mentado progreso y sus malestares llegan después y para cuando desembocan en nuestras aguas, ya contamos con información suficiente para tomar buenas decisiones, lo que no significa que siempre lo logremos hacer.

Es una tierra encantada, con su propósito y sentido, y nos llevará tiempo descifrarla. Es un refugio: si cientos de personas en su dolor están eligiendo venir aquí, alejándose de las penurias y las represiones de su lugar natal, algo bueno está sosteniéndonos aunque lo perdamos de vista por el ritmo de lo cotidiano.

El Uruguay es un país abrazador, cercano y posible. Habitamos la fraternidad. Aunque también podemos elegirnos borrachos de resentimiento y ciegos de soberbia. En nuestra ley. Ir muriendo con los dientes apretados y el puño cerrado, sujetando la razón. Esa trampa nos lleva al aislamiento: un infierno personal y cada vez más restrictivo. Paso a paso se clausura al corazón, se le pone un candado a cualquier grieta emocional y el sentido del dolor queda cada vez más lejos. Nos resulta ajeno el mundo y nos preguntamos por qué las relaciones cada vez se reducen más y son menos nutritivas. A veces un buen despertador es saber que volveremos a la Tierra a recoger estos pendientes que quedan en el alma. 

O el abrazo. Elegir el abrazo. Entre mis vínculos, tantas veces nos preguntamos por qué a nuestros treinta y pico de años todo parece forjarse de un modo tan lento y los niveles de confort son por momentos inaccesibles. Tal vez este clima, este no poder acomodarnos y arreglárnosla individualmente, hace que tengamos más a mano la comprensión de la interdependencia, porque si no puedo solo, necesito de los demás. No lo creo. Sé que es así. Nos mantiene humildes (tal vez a veces algo rencorosos si nos orientamos hacia afuera) y con la chispa del vínculo encendida para crear formas todavía no creadas. Nuestra tierra conserva una semilla singular de amor, orden y belleza en lo simple. Y es una tierra por crear y es una memoria que late en el aire.
  
Volví a la ventana, al living y me cebé un mate con calma en el corazón. Recordé una de tantas veces que me perdí y me agradecí haber pedido ayuda. Aquella vez, esa amiga fue quien me escuchó y me tendió su mano.  


martes, 6 de junio de 2017

Siempre es Nosotros

A lo largo de estos cinco años aprendí a caminar. En este tiempo aprendí también a reconocer la voz de mi corazón entre mucho ruido. La diferencia entre su sonido y lo demás es que cuando todos los cimientos crujían y aún hoy chirrían, mi corazón habla en calma. A lo sumo galopa, pero jamás golpea. Debajo de tanto desquicio, me riega una sensación de no poder desviarme ni apartarme de mi destino. No puedo doblegar mi esencia, mucho menos renunciar a ella. Me debo ser lo que ya soy.

Sí puedo decir que no ha sido sencillo. Cuando ya no pude desconocer el llamado y esa voz interior —y hablo solamente de una sensación persistente con el correr de los años—, entonces los retos se tornaron más intensos y no menos dolorosos.

La presencia del Amor, la insistencia de una Sagrada Misión en mi corazón, no me evitó dolores, sólo me hizo recorrer los dolores correctos. ¿Hay dolores correctos o incorrectos? Me pregunto mientras escribo... No lo sé. Hay dolores que recomiendo y hay combates que siento innecesarios. Y digo combates porque el dolor como dimensión, son dos partes que se pelean y se sienten distintas una respecto a la otra. 

Cuando la cara A está en la casa de la cara B, la cara A se siente fuera de ambiente. Cuando la cara B está en la casa de la cara A, cara B se siente a la intemperie. Y tanto A como B precisan conectar con que llevan la vida de ese otro en sí mismas. Necesitan no excluirse e ir desandando el camino hasta reconocer que se parecen mucho más de lo que creían.

El dolor tiene algunas particularidades. Cuando tengo una situación dolorosa delante de mí y un montón de sensaciones adentro, lo que no tengo es otra opción que contactar con aquello. Las personas tienden a vivir el contacto con el dolor como estar en el lugar equivocado, en el momento menos conveniente. Y el dolor viene a desarticular ese nudo de suposiciones, no a darles la razón. El dolor llega para poner en duda ese cúmulo de percepciones altaneras y arrogantes. No viene a consolidar lo que nos parece haciendo de nuestra identidad algo más duro e inflexible, sino más bien a desacomodar la identidad en las que ese mundo perceptivo prevalece.  

La dimensión del dolor exige paciencia y humildad. Y en el medio do todas esas aventuras dolorosas, se moverá también nuestro umbral de tolerancia. El dolor nos pide entregar parte de nuestras credenciales, lugares del yo en los que estamos profundamente cristalizados. Al cabo, el dolor nos llama a dialogar. 

Una experiencia verdadera con el dolor encontrará al fin un ego más disuelto, menos rígido y más propenso y permeable a la comunicación. Nos deja más abiertos y amplios a la conversación con nosotros mismos. Que no quiere decir abandonar nuestras corazonadas e intuiciones. Sí implica que, habiendo atravesado su umbral, salgamos menos condicionados a las exigencias egoicas y más compasivos y livianos.

Si los dolores que recorro me perturban y distorsionan frecuentemente. Si esos dolores me hamacan de un lado a otro  y me impiden permanecer centrado, entonces quizás deba revisar —más que nada— mi papel en el juego que estoy jugando. Hay batallas que es inocuo atravesar y otras que son ineludibles. 

Hay parte de nuestro ego que piden salvajemente salir a dar tal o cual guerra y justamente el propósito es debilitarse porque aún saliendo victoriosas, se van cansando. Las partes que más confrontan son las que más necesitamos entregarle a la vida.

Soy un out sider. Soy uno de esos personajes de la ciudad. Uno más. Otro en el montón. Puertas adentro, adentro de varios adentros, el mundo intentó aplicarme todos los correctivos posibles. El mundo, mi mundo, mi familia, las instituciones que frecuenté, los centros educativos donde asistí e incluso varios vínculos intentaron adiestrarme a la desconfianza… Mi mundo me tiró con todos los manuales e instrucciones de buena conducta, pero siempre devolví un gesto de rebeldía y salí más inspirado aún.

Hoy, de ese escenario combativo —el mundo vs. mi rebeldía—, lo que queda es un profundo agotamiento y cansancio. Aún más: una expresión de acercamiento, un entendimiento de que ambos mundos se parecen. Mejor dicho, sus necesidades se parecen. No se puede transformar el mundo sin antes respetarlo tal cual es. Mi rebeldía no iba a ceder un milímetro si antes yo enteramente— no recorría la experiencia de habitarla para aprender qué era lo que ella defendía. Tras la custodia de qué herida se despertaba y encendía sus alarmas. 

Tuve mucho miedo a que apagaran mi calor, por eso combatía. Hoy siento que ya conozco el sabor del fuego que llevo dentro y que el mundo que me rodea acompaña como puede. Sin perfecciones.

Percibo que es otro momento. Algo hermoso va llegando. Me despido sintiéndome abundante en mi intimidad y habiendo construido un sano “a solas” conmigo mismo como triunfo. Y concluyo la tarea en este blog en la confianza de las relaciones que me abrazan como premio. Ellos y yo. Nosotros, somos una certeza.

¡Gracias por este ciclo que alcanza su fin!


Hasta el reencuentro.


Camilo Pérez

miércoles, 12 de abril de 2017

Crecer está en nuestras manos

No sé bien a qué responde ni cómo se inició. No. De hecho, mi primer gesto de asombro fue al darme cuenta que una dimensión propia podía entrar en diálogo con el alma de alguien más. Pero sobretodo con el alma propia, la memoria divina. Ese lugar profundamente íntimo, ese espacio mayor. Ese centro que es un punto. Ese núcleo de luz.

Ahí me di cuenta... Era mi situación como la de tantos otros. Llevamos decenas y decenas de vidas, encarnación tras encarnación, diferentes culturas, distintas latitudes. Siempre andando la tierra. Siempre en contacto con esa dimensión llamada cielo, haciendo la honorable tarea de plasmar un orden de armonía y compasión. Pase lo que pase, sea quien sea. No importa qué. Poniendo el corazón.

Cuando ese vínculo con lo sagrado —sabrá el Universo porqué— está tan firme interiormente, se discriminan con facilidad encantamientos de llamados reales. Voces que seducen de sonidos sutiles que advierten que allí o más allá, hay algo sano para el corazón.

Hoy la presión social exige para quedar del lado de los buenos y de lo políticamente correcto, actos tales como la indignación, el repudio, la protesta. Todas formas de rechazo y negación de un equilibrio que está en manos de la vida y nos trasciende a nuestro delgado entendimiento.

En efecto, hay una ley espiritual que define lo siguiente: aquello a lo que nos oponemos, lo estamos alimentando, aquello a lo que le grito "NO!", le estoy dando carácter, fuerza y presencia.

Ante tanto dolor que se nos ha ido acumulando lo más fácil es la indignación. Para todos la tarea es hallar la compasión adentro. Eso —y me disculpo si ofendo a alguien, sepan que no es mi intención en ningún momento faltarles el respeto—, eso, gente... Es un acto de revolución.

Yo me transformo en adulto, me hago responsable de mí mismo ante el mundo, si me desprendo lentamente de mi inocencia y asumo gradualmente culpa. Para estar yo aquí, vivo, otros entregaron su vida. Con mis decisiones estoy afectando a otras realidades de las que ni siquiera sabré jamás su destino. Si a vos te toman para un trabajo, hay otros postulantes que no accedieron a ese cargo. Y como este ejemplo, miles. La culpa, básicamente, cuando la tomamos opera a nivel interno como un re-orientador. Luego de asumir el empleo para el que fuiste designado, podés hacer algo bueno desde allí, multiplicando el bien mayor desde el cual el Universo entendió que eras el más idóneo para ese puesto.

Nos debemos este nivel de comprensión, y desde mi sentir, estamos muy lejos todavía.

Gracias por llegar hasta aquí. Que Dios repare y devuelva los lugares que nos arrancamos. Que Dios pueda con nuestros nudos personales.



viernes, 31 de marzo de 2017

Los Hijos del Cielo (3)

Disculpándome por la demora a quienes lleguen a este espacio, les comparto simplemente que la vida me está tratando con una amorosa intensidad. He tomado con enorme compromiso y con profunda alegría siempre, la tarea de dar vida, continuidad y contenido a este espacio.

Es mi deseo reencontrarnos ni bien el tiempo lo permita con la nota que describí como "Cuando la herida es el destino", segunda entrega de un trabajo que he decidido ordenar y llamar bajo el nombre de Los Hijos del Cielo; y de igual modo, ofrecerles el tercer trabajo, "Ese laberinto llamado Alma".

Otra vez gracias por la paciencia y la compañía.

Hasta ahora,

c.