Es lluvia de enero y el agua frustra unos nocturnos y sencillos planes. Los licua y yo los veo naufragar. Sin grandes resistencias, me rindo a una noche de emociones bailando al ritmo de este cielo mojado y resbaladizo. Conozco estos rinconcitos de mi. A cierta edad - cada cual sabrá...- uno ya reconoce lo que la vida no es ni será. Lo que no fue o lo que se esfumó. Los proyectos que no. Esos más importantes y necesarios que los que se lleva esta sencilla lluvia de enero.
A cierta hora, ¡bendita hora! Uno ya sabe los brazos que no sostienen, la confianza que se quebró, la complicidad que se llenó de dudas, la intimidad que huele a peligro. En cierto momento, uno sabe los abrazos que ya no...
¿Un canto a la desilusión? Sí, puede ser. Pero despeja el camino, ahorra tiempo y ya seguís de largo. Al principio cuesta, pero después caés en la cuenta que ese amor, ese amigo, ese familiar incluso... Ya no. No supo, no pudo, no quiso. Entonces, ya no.
Yo me quedo donde y con quien me ataje de brazos abiertos, sin medida ni consejo y con un silencio acogedor. Yo me quedo con las bocas que acechan, amplias y con besos calientes. Yo me miro con los ojos que dejan su mirada ardiente. Yo me quedo en una piel encendida, sin ganas de apagarse y con el deseo urgente de habitar lo misterioso, lo hondo y lo provocador.
Yo me quedo entre las manos que -detrás de las palabras fervorosas- me cuentan sus sueños rabiosamente. Aquellas que narran y se preguntan al borde del odio cómo es que aún la vida no les concedió la dicha de ser lo que llevan dentro.
También soy parte del vacío de aquellos a los que ofendí. Y no me elijen, y están en lo cierto.
Yo no muevo mi alegría con los que me perdieron. No muevo ni mis palabras ni mis manos. Simplemente hay lugares, hay corazones donde no me muevo.
Yo me elijo entre los rotos a quienes los golpes no les fueron acortando el corazón ni silenciando la sonrisa. Los hay. A veces me olvido dónde, pero lo sé porque después me acuerdo y los encuentro.
Dicen que el mundo duele, y comparto. Pero no me duelen las guerras lejanas, me duele mi afectividad próxima cuando no contiene y se convierte en tierra de abandono y desabastecimiento. Me duele donde desearía mirar y no me pueden ver. Donde el gesto no alcanza y el amor no llega.
Adoro estos días de enero, de planes que ya no. Donde mi alma se expande.