No sé bien a qué responde ni cómo se inició. No. De hecho, mi primer gesto de asombro fue al darme cuenta que una dimensión propia podía entrar en diálogo con el alma de alguien más. Pero sobretodo con el alma propia, la memoria divina. Ese lugar profundamente íntimo, ese espacio mayor. Ese centro que es un punto. Ese núcleo de luz.
Ahí me di cuenta... Era mi situación como la de tantos otros. Llevamos decenas y decenas de vidas, encarnación tras encarnación, diferentes culturas, distintas latitudes. Siempre andando la tierra. Siempre en contacto con esa dimensión llamada cielo, haciendo la honorable tarea de plasmar un orden de armonía y compasión. Pase lo que pase, sea quien sea. No importa qué. Poniendo el corazón.
Cuando ese vínculo con lo sagrado —sabrá el Universo porqué— está tan firme interiormente, se discriminan con facilidad encantamientos de llamados reales. Voces que seducen de sonidos sutiles que advierten que allí o más allá, hay algo sano para el corazón.
Hoy la presión social exige para quedar del lado de los buenos y de lo políticamente correcto, actos tales como la indignación, el repudio, la protesta. Todas formas de rechazo y negación de un equilibrio que está en manos de la vida y nos trasciende a nuestro delgado entendimiento.
En efecto, hay una ley espiritual que define lo siguiente: aquello a lo que nos oponemos, lo estamos alimentando, aquello a lo que le grito "NO!", le estoy dando carácter, fuerza y presencia.
Ante tanto dolor que se nos ha ido acumulando lo más fácil es la indignación. Para todos la tarea es hallar la compasión adentro. Eso —y me disculpo si ofendo a alguien, sepan que no es mi intención en ningún momento faltarles el respeto—, eso, gente... Es un acto de revolución.
Yo me transformo en adulto, me hago responsable de mí mismo ante el mundo, si me desprendo lentamente de mi inocencia y asumo gradualmente culpa. Para estar yo aquí, vivo, otros entregaron su vida. Con mis decisiones estoy afectando a otras realidades de las que ni siquiera sabré jamás su destino. Si a vos te toman para un trabajo, hay otros postulantes que no accedieron a ese cargo. Y como este ejemplo, miles. La culpa, básicamente, cuando la tomamos opera a nivel interno como un re-orientador. Luego de asumir el empleo para el que fuiste designado, podés hacer algo bueno desde allí, multiplicando el bien mayor desde el cual el Universo entendió que eras el más idóneo para ese puesto.
Nos debemos este nivel de comprensión, y desde mi sentir, estamos muy lejos todavía.
Gracias por llegar hasta aquí. Que Dios repare y devuelva los lugares que nos arrancamos. Que Dios pueda con nuestros nudos personales.