Hay un lugar donde nunca pasa lo que querés. Nunca. Y lo conocemos muy bien. Se llama vida. Es el espacio donde hacemos unos esfuerzos brutales para que las cosas se ordenen a la medida de nuestros deseos y se programen en respuesta a lo que creemos que somos. Y entonces la derrota será permanente. Siempre. Habrá pequeños logros que desembocarán finalmente en un río amargo. El no saber aterra y la realidad es que no tenemos idea de quiénes somos ni para qué estamos vivos.
Si parto de que somos profundamente ignorantes sobre el sentido de la vida, y que conectamos con eso más seguido de lo que creemos, entonces no está tan mal. Encontrar que estamos perdidos es una buena manera de estar. Andamos más cerca de lo que pensamos... Por lo menos el extraviado y tu, están sentados en el mismo lugar. Para empezar, hay que apropiarse de la experiencia personal: esto me pasa, así me siento y de esta manera pienso.
Si logramos ver de dónde viene esa tenacidad que desesperadamente actúa ante la posibilidad de no saber, descubriremos la parte que cambia ignorancia por soberbia y se defiende de la angustia que provoca la vulnerabilidad. Las renuncias a todo pleito y a las caretas que lo justifican es la mitad del sendero en el camino del autoconocimiento.
Sospechamos —en el mejor de los escenarios— de nuestro propio relato y de ahí en más, todas nuestras relaciones son cuanto menos amenazantes porque tienen la capacidad de desnudar todo el teatro incongruente sobre el que vivimos. Todo.
La mayor victoria que pueda imaginar es la caída y el desmantelamiento total de las máscaras. ¡Qué experiencia! Eso sí es un emprendimiento espiritual exitoso.
Esa experiencia de completo aniquilamiento es a la vez sublime, por la belleza y por un orden que se redime a otro. ¿Y qué es lo que se sublima a qué? El miedo soporta hasta que se parte y cuando quiebra, se reconoce incluido en el amor. Ahí toda la emocionalidad contenida por el miedo se expresa y es una magia cocinarse en esa intensidad. No se vuelve a ser el mismo luego de un descongelamiento así y de un vaciamiento semejante. Todos hemos pasado por estas situaciones en las instancias de mayor transformación. El contacto con ese vacío absoluto es el roce directo con la divinidad sin formas, con la esencia en estado puro. La Nada misma. Nada.
Lo demás son turbulencias, laberintos tenebrosos, nubes y polvo. Humo. Pero están allí por puro amor cuando sería demasiado cimbronazo para la personalidad que todas sus estrategias y fachadas fueran iluminadas repentinamente. El universo nos ama tanto que nos va desgajando y desgastando de a poco. Pero es tanto amor y en estado de incondicionalidad que aún si elegimos morir con las botas puestas, sólo nos llevamos la asignatura pendiente para la propia encarnación. Nada menos que eso.
El desvanecimiento se dará, pero en términos de la personalidad y en calidad de tu nueva vivencia como ser humano, regresarás al juego de la vida y no sabrás en qué partido estás participando. Tu conciencia sí lo sabrá, ¡pero para el ego es fatal enfrentarse con lo invisible! Y por supuesto, es una batalla perdida pelear con fantasmas que no se ven. Cualquier similitud con este momento actual como humanidad, es verdadera. En cambio si decidimos iniciar una transformación en pequeñas escalas, recibimos la información precisa en el momento adecuado para entender la obra actual, sus dramas y reparto.
Creo con toda firmeza en esta relación genuina con el orden del amor y confío en este presente donde podemos ser observadores y captar la evolución en tiempo real, al momento exacto que está ocurriendo. Y creo en esto porque le he puesto el cuerpo a cada vivencia.
Estoy más que habituado a escribir desde este instante de fe mientras la mente me exige dudar y me colma de interrogantes que jamás responde. La cabeza debe ocultar la verdad para que las ilusiones sigan con respiración asistida y lo artificial parezca indispensable. Estoy muy acostumbrado a dar ese paso hacia adentro mientras el miedo crece y el mar de incertidumbre ensombrece la dirección.
He elegido vivir con el corazón despierto y aunque resulte una contrariedad, hay que atravesar la propia negrura. Esa es la paradoja del camino espiritual y su propósito: unir los abismos interiores, las partes en rebeldía y las partes que deben obediencia. Cuando la realidad de tu mundo se presente así, buena medicina es pausar la vorágine y ver qué dicen esos recortes de tu completud y qué se siente estar en esos subórdenes un momento. Hacerles un lugar, prestarles atención y seguir. Vas a ver que las necesidades no eran tan reales importantes era mirarlos. La medida real de las cosas, tu criterio íntimo, se crea desde ahí. Un último secreto. Desde ese lugar, el tiempo se desintegra y las experiencias con sus intensidades marcan otro ritmo que se parece más a la melodía que toca todo el universo.
En la próxima entrega, compartimos el "desesfuerzo", una buena manera de disolver el ego.