La vida es eso que está sucediendo mientras gastamos energía en pretender que sea de otra manera. Podría terminar aquí esta nota, habiendo recogido de la sabiduría del aire esta verdad clara y honesta. Pero sabiendo el esfuerzo que usamos en querer modificar las cosas, vayamos quitándonos de a poco las prendas.
Conozco cuatro maneras de evasión a las que apelamos todos: idealizar el pasado o mortificarnos por lo que fue, o fantasear un futuro mágico y lleno de promesas, o tal vez sombrío y cargado de desesperanza. En ninguna de las cuatro versiones se está presente pero sí hay algunas donde se está más cerca del horno del infierno. Insisto, son todas formas muy válidas de atravesar la realidad, pero sobretodo son modos de tratar con nosotros mismos, algunas más ingenuas y otras feroces.
La apelación al pasado o al futuro, siempre se vive en el presente, esa es la buena noticia (¡la oportunidad de volver!); la mala es que nos perdemos el contacto con lo real, el escenario interno y externo por estar en otro lugar. Adentro y fuera nuestro hay una dimensión hecha a nuestra medida y siempre están en sintonía. El juego de las emociones (la medida interior), es la guía. Hay sensaciones térmicas y una temperatura real. La temperatura real es el calor de la luz que nos toca: el sol no nos impacta igual en invierno que en verano. Luego están las variables como el viento, su presencia con matices o su ausencia, la lluvia y su intensidad. Y finalmente está lo que hagamos en relación con el clima: el atmosférico y el anímico.
Conozco y sé de gente que se siente infinitamente disminuida, incapaz de asumir su realidad interior y que la devasta el afuera. Esas personas creen que se merecen esa manera de vivir, que están perpetuadas al sufrimiento y que la tristeza no tendrá final. Para esos casos, el nivel de sometimiento es altísimo tanto como el abandono de sí mismas.
Hay quienes se creen importantes y en su imponencia se sienten en el derecho a decirle a los demás cómo tienen que vivir. Acá hay algo que se extravió y se vive bajo la necesidad de que los demás lo den, existe una tendencia por recuperar un orden y un profundo debate interno: quiero cambiar las cosas afuera y estaré bien, ¿podré?.
También se encuentran los que ante el primer pestañeo del día, abren el navegador de búsqueda. Y también están quienes a partir de ese proceso de indagación, dan con algo y se sienten frente a un gran hallazgo. Ese mundo, seguramente exótico y peculiar, será su mejor antídoto ante el cambio que implica hacerse cargo de sus vidas: recorrer la singularidad de un camino hasta que la magia de la forma haga su trabajo y cuando sea momento de afrontar el desafío y entregarse, saltar al próximo juego y quedar atrapado en uno mismo. Conozco estos vericuetos porque los experimenté a todos muchas veces a lo largo de mi vida.
Ahora voy a hablarlo en primera persona durante un momento. En el primer orden, no me implico y vivo las fatalidades a través de las decisiones de los demás. Hay muchísima fuerza en este lugar al servicio de la perpetuidad. En el segundo orden, me implico mentalmente pero no me involucro emocionalmente. Me embarro bastante y en ese enchastre, el impacto de las emociones después definirá por mí. En el tercero, me implico, me involucro pero no ejecuto una acción final entre lo que estoy pensando y sintiendo que transforme mi realidad. Cuando el camino me informó y yo actúo como si no, es la realidad la que ejerce su fuerza sobre mi experiencia.
No todos los lugares son iguales, pero sí que sostenerse en esos espacios demanda un profundo esfuerzo. El esfuerzo de sobrevivir. No todos los sitios son igual de asfixiantes, pero hay un alto grado de omnipotencia y soberbia utilizado en congelarse. No conozco mayor ilusión que pretender que las cosas cambien sin reconocer que debemos ser agentes del cambio.
Estoy seguro que los seres humanos como especie estamos atravesando esa agonía, lenta pero inexorablemente. Estamos dejando de responder a patrones de sobrevivencia, estamos dejando de elegir como cultura (el arte de relacionarnos) el sufrimiento y el sacrificio. También reconozco que los procesos colectivos y los cambios globales, llevan tiempo y sobre su base, se precisa paciencia, tolerancia y amor. Es una buena noticia que el sobrevivir agonice, aunque las patadas y los berrinches sean enormes, porque nos estamos preparando para lo mejor. Muy despacio, nos estamos haciendo más fuertes para soportar el impacto de viajar de la periferia hacia el centro.
Hasta ahora, continuamos viviendo en un mundo de niños heridos que crecen y junto a ellos el reclamo por atención y amor. Siento el sueño profundo de que algún día nuestro niños internos estén de fiesta adentro nuestro, mientras como adultos nos hacemos cargo de jugar con responsabilidad.
Ojalá podamos decir pronto: "No puedo más, así". Gracias por sobrevivir hasta aquí, que la agonía nos alcance.