¿Estuviste alguna vez desbordado ante una emoción tan
fuerte que sobrepasa la posibilidad de hacerte cargo de ella inmediatamente?
¿Te diste cuenta de que esa marea emocional parecida a un naufragio, es como
morir? Para eso están los sueños. Son un arrebato al ahogo y una manera de
anestesiar la sensación de inundación y muerte.
Somos una especie que está aprendiendo a gestionar sus emociones.
Eso no es un problema sino la tendencia a rechazar ese aprendizaje, a congelarlas.
Nos mostramos reticentes a sentirlas. Desde ese estado de conciencia,
deliberadamente queremos que todo lo que resulta conocido y brinda estabilidad,
no se desvanezca. Por eso es que la nota anterior —“Crecer o reventar”— y esta,
se encuentran ligadas.
El mes pasado decía que los desarrollos personales y
colectivos se dan por construcción o por deconstrucción. ¿Qué es lo que
determina que sea de un modo u otro? Sencillo. Individuos capaces de asumir lo
que sienten o no.
Cuando nos empecinamos aunque las señales sean claras, los
cimientos ceden y la estructura en algún momento, cae. Eso es por
deconstrucción. Un fracaso nunca es casualidad. ¿Qué tanto tenemos que ver con
eso? ¿En qué ideas creí sobre las que moldeé lo que se vino a pique? Es un buen
modo de inaugurar lo próximo. Pero si una nueva construcción se desploma, no
pasa nada. Volvé a intentarlo con la misma premisa: me cuestiono, defino y
actúo.
Cuando tengas dudas de cómo estás encarando la realidad y
construyéndote, podés tener en cuenta lo siguiente: las dudas son humanas, el
convencimiento pertenece al espíritu. Sólo prestá atención a esto: si te asalta
la duda o la confusión, o las dos, todavía hay un patrón muy viejo —seguramente
familiar— del que no estás siendo conciente ni podés desprenderte por ahora. Si
el convencimiento se convierte en rigidez, también. Esta es una muy buena pauta
para ir acercándote hacia eso que llamamos
misión y a las relaciones que te acompañarán a ejecutarla.
La vida está diseñada para que todos cumplamos nuestra
parte. La intención final de la existencia es modelar seres humanos concientes
de sí y con una buena antena receptora que converse apropiadamente con el
espíritu.
Nos hacemos hábiles en el arte de sentir lo que sentimos,
tras muchas prácticas. Ejercitándo- lo. ¿Por qué es tan importante sentir las
emociones? Porque son las capas que recubren nuestra esencia. Las emociones
están programadas bajo patrones que te ayudaron a sobrevivir y eso colaboró en
tu desarrollo parcialmente. Te darás cuenta si hay sensaciones que perturban tu
calma, de que falta mucho pulir para descubrir qué hechizo te hace participar
de una fantasía familiar o social.
La mayoría de las personas aún hoy, escogen una ficción
que las entretenga, un sueño que las mantenga de pie o una ilusión que las
persuada del temor a sentir. Esta elección no es gratuita, todo lo contrario.
De a poco y sin importar cómo vengan presentadas las fantasías que protegen tu
esencia cuando aún es temprano para poder asumirla, el individuo que las fantasea
rompe relaciones consigo mismo y contacto con lo real: la intimidad que lo
rodea.
Esta máscara o careta social, nos hace pagar un costo
altísimo: se genera un quiebre con respecto al sentir para poder adecuarnos a
las demandas que aseguran la supervivencia. Y esa mutilación o desprendimiento
de nuestras aguas, nos hacen perder el sentido de la vida. Por tanto todos los
lugares a los que abordemos, estarán cargados de pleitos, espejándonos
permanentemente las emociones que por negar, nos llevaron hasta allí. El rechazo
también es una manera de conducirse y no hay problema en intentarlo así, salvo
que las experiencias nos rechazarán a nosotros, y los sitios a los que
lleguemos difícilmente nos hagan lugar.
Algunas personas
elijen una evaluación del sistema familiar al que pertenecen o de sí mismas y
acuden a consultorios por una terapia u otra forma de sanación que les ayude a
hacerse cargo de sus dolores. Todos —sin excepción— transitarán uno o más
ciclos donde se sentirán invadidos por un océano emocional y a la deriva. Tristezas,
decepciones, frustraciones, traiciones, o lealtades a las cuales han seguido,
entre una lista inagotable de sensaciones, se presentan. Es que todo ese
tsunami y oleaje furioso, como las
corrientes fortísimas que se mueven por debajo, han estado prisioneras de la
personalidad y del ser social al cual nos aplicamos por mucho tiempo. A esto es
a lo que me refería con congelamiento.
Hay un gran número de personas —sobre todo en la familia—
que no entienden cómo es posible que si un ser querido ha iniciado un camino
espiritual o de sanación, está tan mal, llora constantemente o reacciona de
manera impulsiva. Es que hay un ponerse al día ante tanta emocionalidad
postergada, prohibida o reprimida. Y es inevitable.
Ficción, fantasía, sueños y otras palabras de la misma
familia; son funcionales y sirven al terreno volátil de la ilusión.
De qué están cargadas tus ideas, qué mapa sobrevuelan:
¿tener dinero? ¿Hacer viajes? ¿Conseguir empleo o dejar el actual? ¿Romper una
relación o iniciar otra? ¿La emancipación del hogar familiar? ¿Comenzar una
actividad? ¿Largar todo y empezar una nueva vida en algún paraíso espiritual?
¿Jubilarte pronto?
Lo mencionaba la nota pasada, al hablar de conceptos
estamos dándole pasto a la razón para que se entretenga. Si en lugar de querer
definir algo para entenderlo, bebemos nuestras aguas, nos acercamos a la
dimensión y a la importancia que eso que está pasando tiene en nuestra vida. Desde
ese espacio, no necesitamos entender, precisamos sentir.
El orden de los sueños, las fantasías y los deseos,
describen algo muy preciso: nuestros vacíos existenciales o de lo que estamos
llenos en nuestra vida y se necesita liberar.
Voy a poner un ejemplo. Una persona puede tener muchísimo
trabajo y también muchísimo miedo a desprenderse de ese tiempo porque estar en
su casa le supone una tormenta a la cual no quiere enfrentar. Hasta que un
resfrío o un desequilibrio mayor le quita de allí y no tiene más remedio que
asumirlo. El trabajo en este caso sería una dimensión de su sueño. A esta
persona, le costaría enormemente estar en presencia de la realidad que le
espera en su hogar. Se sentiría alarmado y el aviso de transformación se
activaría en él. Y todas las transformaciones, cuando son genuinas, tienen cara
de muerte.
No tengo dudas que estamos atravesando como humanidad un
proceso muy peculiar. La ensoñación o la cáscara que cubre y protege al huevo,
se está rompiendo. Paradójicamente, ese cascarón no nos lleva hacia afuera, la
ruptura que está sucediendo es en lo que llamamos la realidad. Esto es a lo que
autores clásicos como Osho o Eckhart Tolle denominan ilusión.
Nuestra cultura ha fantaseado durante muchísimo tiempo
con cambiar el mundo y ese paradigma combativo, ya deteriorado, fue sustituido
en buena medida por el grito de “¡sálvese quien pueda!”.
Cuando convencidos de las luchas que perseguían, nuestros
abuelos y padres intentaron transformar la realidad, se dieron cuenta de que
otros colectivos como ellos, pujaban por lo mismo: mantener un estado en el
cual creían mientras ellos buscaban implantar otro. Actualmente, las
agrupaciones políticas no logran concentrar la atención más allá de los
períodos electorales. En otros casos, se mantienen o brotan bloques con consignas
que se pierden con su grito en el ruido general y las demandas de siempre. En
ambos casos, son arquetipos que no funcionan producto de un largo caminar y su
desgaste. El pensamiento agobia.
En el área individual, nos enfrentamos a una batalla entre
dos mundos: inventar un micro ambiente articulado por comodidades y de sueños
profundamente personales o morir en el intento y entrar en esa habitación donde
están los fantasmas de nuestra niñez.
Las fábulas de nuestra infancia y sus personajes,
repercuten hasta hoy tomando forma en el presente. Tienen el peso de una imagen
agrandada por el paso del tiempo y la falta de cuestionamiento. Echarles una
mirada con conciencia nos abre a la posibilidad de contrastarlos y esa gimnasia
y sus resortes, disiparán sus perfiles aunque no sea de un día para otro.
Algo más para ir cerrando: ese mundo interno, de una
mirada con conciencia o atenta, incluye y le hace lugar al otro mundo miedoso y
paranoico en el cual nos formamos y del que formamos parte. El mundo de nuestra
conciencia es tan fuerte que abraza a esos cucos asustados.
Ya no quedan terrenos idílicos, por aquí y por allá la
realidad nos rompe el corazón y lo que está instalado es un gran sentido de
duda y confusión. No sabemos cuál será la próxima estación. La mejor señal en
la que podemos confiar es que esta combustión está creciendo sobre una
esperanza renovadora, aunque aún la mayoría de la gente no logre verlo.
Lo que estamos conversando y difundiendo desde hace mucho,
es la percepción de que la plataforma sobre la que hacemos el resto, está
cambiando. O comenzamos a adueñarnos de nuestra experiencia humana con un
profundo respeto por la vida toda y con gran humildad para dar cada paso o no
pasa nada, seguimos el aprendizaje en otra escuela.
Estamos en una gran casa y esta Gran Madre hace rato nos
está teniendo paciencia. Las aguas de la Tierra se están descongelando por amor
a lo que viene.
Camilo Pérez