Al nacer, vivimos una experiencia que
nos lleva del centro del amor y la belleza hacia fuera. Las vivencias
siguientes, refuerzan esa idea. Nos dejan más allá de la periferia.
Nos alejan de la comprensión del círculo de la vida y las leyes que la gobiernan.
En algún momento, asumimos que somos
el producto de lo que nos ocurrió y que estamos destinados a repetir
el mismo plato y jugar para el mismo equipo: el miedo. Quedamos
encerrados en una perspectiva. Jugamos a que somos solamente eso y
participamos de una dinámica en la cual estamos involucrados
familiar y socialmente. Es un compromiso ciego e implícito que nos
convoca constantemente.
Alguien dentro del juego, decide mirar
por la cerradura del cuarto donde estamos y se da cuenta... Fuera de
esa habitación, hay otras formas y contenidos. Ahí empieza el
problema. Comprender que estaba experimentando una libertad a medida:
se espera que sepamos cumplir. ¿Con qué? Con mandatos, maneras
adquiridas, fórmulas que engendran contaminación, niveles altos de
toxicidad, patrones que son costumbre, entre otros modelos. Nos
ponemos lentes no para ver mejor, sino para seguir enfocando afuera
la distorsión que llevamos en la mirada interna. A esta separación
con el amor que vivimos a temprana edad y que luego no hacemos más
que confirmar en el mundo, le llamo miopía existencial.
Dentro del sistema y los
comportamientos a los cuales se está acostumbrado en él, alguna
persona intenta explicar que hay luz más allá de la caverna. Para
esa persona, la experiencia de observar por el cerrojo es
transformadora. No es sólo lo que vio, sino darse cuenta de que en
su destino estaba ser el observador. Eso que descubrió a través de la ranura
de la puerta, estaba dentro de sí y sería inevitable que se
encontrara con una realidad externa muy parecida a la que habitaba
dentro. El observador, busca hasta que finalmente da en el exterior
con la visión que se hallaba en su interior.
Romper el molde es un destino
inquietante y divino. En primera instancia porque al salir del
cascarón nos quedamos sin el orden del cual nos convencimos y para
el cual trabajamos. ¡Y todo tambalea! En segundo término porque exige
a quien es heredero de ese destino, ser quien cree e invente un nuevo
estado para su vida y eventualmente, para quienes empiecen a
desconfiar de la suerte de la estructura y decidan prestan atención
a quien se reveló ante lo establecido.
En este proceso, tan inevitable como la
vida, el que se desmarca de la rigidez, deberá, muy a su pesar,
sostenerse desde adentro hacia fuera, porque el afuera no lo
sostendrá ni lo entenderá, en principio.
Los nuevos criterios nacerán de la
exploración, de la investigación permanente, del chequeo de sus
sentimientos y sensaciones y tan importante como eso, de expresarlas.
Todo el aparato emocional, es el primero en responder. Es como una
máquina de inteligencia que de pronto se activa y ofrece otras
alternativas. Sólo esperaba que le preguntáramos por qué, para qué
y hacia dónde. Todo el traje emocional, sus distintas vestiduras y
perfiles, conducen. Ese mundo de aguas al principio no parece ser
demasiado claro. En este punto, no hay que desanimarse, las emociones
verdaderas persisten y resisten hasta ser atendidas y las que están
contaminadas de tanta trampa, se disuelven. El movimiento que produce
sentirse, cambia lenta pero inexorablemente al disco duro de nuestra
computadora: el pensamiento.
Nadie estuvo ni estará solo en la
difícil tarea de ofrecerse un destino posible. Posible a la vida,
posible a la amplificación. Posible a animarse a saltar más allá
de los motivos que llevan a asumir un papel que lo único que hace es
perpetuar el sufrimiento. Y posible, sobre todo, a los efectos de
inventar otra creación. Todo habla dentro y fuera de nosotros.
Cuando te animes a mirar por la cerradura, verás que hay otros
visionarios que esperan a los nuevos. Siempre ha sido así, una
relación en cadena, un despertar en dominó donde unas piezas caen
para que todo se ordene de nuevo. Y nuevo, como sentido de novedad,
quiere decir dos cosas: no vedar y adquirir una nueva verdad.
Estuvieron siempre allí, las visiones
y los visionarios, sólo que no los registrabas. No los percibe la
ignorancia habitual de los pensamientos y la mente que los piensa. No
les da lugar la soberbia que defiende a la herida. Las dosis de amor
nos hacen recordar la experiencia de la cual venimos: el centro
incondicional que gesta la vida.
No hay elegidos. Somos todos herederos
de la inocencia poderosa, firme y contemplativa. Existen decisiones
que nos impulsan de la periferia hacia el centro. Luego, nos vamos
enterando de que el final de la historia, como en los cuentos,
explica el para qué.
Camilo Pérez