Les queremos ilustrar a través de esta nota acerca de la
iniciación en canalizaciones. Hemos recibido y canalizado este método que
integra a todos los órdenes en un viaje que comienza honrando la tierra y que
lleva destino divino. Si las canalizaciones hasta ahora corrían libremente y
las más de las veces su veracidad dependía de la pureza del canal, esta
posibilidad que les acercamos ocupa un terreno virgen. Los Maestros de todo el
cosmos han querido que así sea, han cooperado para favorecer un profundo encuadre
que facilite un viaje inspirador a la vez que contenga, resguarde y proteja a
la dimensión humana. Ha sido para nosotros un verdadero goce, una exultante
tarea poder anclar y bajar este orden de cinco peldaños que forma canalizadores
y sana relaciones.
Bajo la custodia y protección de todos los órdenes divinos
para que llegue al corazón de cada uno de ustedes, les presentamos estas líneas
al amparo de la luz y su gobierno.
Aquí la nota:
Vivimos
en un mundo de formas que agrupan contenidos. Habitamos un espacio que cuenta
con limitaciones y condicionantes. Estamos atravesando la experiencia humana en
la escuela de la Tierra, tal vez una de las más difíciles del universo. Aquí, nuestra
libertad depende del equilibrio entre romper con lo viejo y traer nuevas
estructuras y que estas respondan para hacernos bien.
Hay
una enorme fantasía en la
espiritualidad, es pensar el mundo que se viene sin esquemas ni diseños. Es un
imposible. Desde el enjambre mismo que da vida, nuestro espíritu se sirve del
dharma y karma para —a través de los
obstáculos, aspectos kármicos— poder desarrollar el dharma —nuestras virtudes o
capacidades—. El camino de ser hombre implica resolver entuertos y recorrer
laberintos y esto es tan inevitable como que la rueda está torciendo su destino
hacia el orden mayor.
La
luz ingresa, la luz nos baña y es pura vida. La luz desprende luz y esta nos
enciende e incita al viaje. Al principio, cuando nuestra lucecita apenas sopla
hacia adelante y parpadea más que se sostiene, la ruta de las maravillas nos
coloca tras el sendero de un corazón que brilla seguro en el amor.
Hace un tiempo me propuse estar al frente de
mi existencia, ser la cara visible de mi propio perfil, dejando las etapas en
que la referencia la buscaba afuera. Levanté la voz desde el color con que
logro sintonizar y decidí trabajar al servicio y en relación. El universo me
devolvió el gesto haciéndome facilitador, obrando para la cercanía entre el
cielo y tu luz. A bordo de esa nave comencé a operar distinto, la gracia estaba
de mi lado porque yo estaba del suyo. Al creer en la fuerza de la vida, confié
en los corazones de uno, de dos y de todos, porque la transformación floreció
primero en mi. Desde ese entonces, sé que puedo colaborar.
El
camino no tiene regreso porque la responsabilidad de la que nos hacemos cargo
no tiene devolución. En esa dimensión nos convertimos en faros, una guía, una
llamita componiendo el gran fuego. El camino hacia el origen está provisto de
ventajas y bendiciones, pero también de
rudas pruebas. Transmito mi convencimiento
de que no hay corazón que aguante la pena para siempre ni tanta
desesperanza junta. En algún momento muere la agonía o agoniza la vida en manos
del dolor. Como sea, reinará la transformación. No hay piedra dura para la
dulzura.
Para
que todo sea completo debe haber una reverencia del orgullo al amor. Conectar
al origen es una cara memoria, implica renuncias, pero la gracia mayúscula es
desprenderse de la orfandad. Ya nunca más nos sentimos ni sostenemos en
soledad. Esta proposición vierte sobre nuestra cabeza el baño del agua de las
estrellas, sella para siempre la reconexión. Esta relación íntima con el gran
espíritu nos está convocando e inclinando la balanza al servicio para funcionar
en la ternura.
Canalizar
luz, decodificarla y devolverla hecha conciencia, ese es un ejercicio diario.
La vida se fue sucediendo dentro de la vida y también el trabajo se convirtió.
Cuando el alma habla el corazón despierto responde galopando y en instancias
como esa, los fantasmas y las sombras que los ocultan pierden su fuerza porque
no los habita la fe y la suerte los abandona. Todo lo que no es cierto, tarde o
temprano se nota. Eso sucede con la costumbre de sobrevivir al dolor.
Las
esferas nos esperan y conducen al sol. Ser canal también necesita un encuadre y
por eso se presentan tantos métodos que no hacen más que ayudarnos a llegar al
abrazo y al calor. En medio de vibraciones, cuando todo está inundado de
portales y puertas que nos conectan a la diversidad, se precisa de alguna
estructura que nos ampare a saltar. En medio de este viaje de amor, el acceso a
los ángeles derivó en la apertura del orden divino, definitivo y universal. Las
dimensiones de seres de luz próximos cedieron paso y los Maestros mayores nos
convidaron a ir más allá.
El
salto nos dejó levitando entre la gravitación y el vuelo y es inmejorable la
oportunidad para compartirla. El fruto es una iniciación conducida por las más
altas jerarquías de toda la galaxia que nos deja solamente la posibilidad de la
sanación. Los peldaños están programados para subir la escalera al cielo y el
final promete desembarcar en Dios. Cada escalón es un nivel de conciencia distinto
y una instancia para curarnos en relación. Al cierre de los encuentros los
suceden reciclajes que nos afirman y ruedas de sanación que nos depositan en la
confianza, merced a involucrarnos en el círculo y a ocupar el asiento que le
pertenece a cada uno.
Siempre
el recorrido es individual si nos hacemos cargo de lo que nos corresponde y no
hay tiempo para reparar en lo que ocurre a nuestro costado en la plenitud de la
ceremonia. Nunca sabemos la verdadera dimensión del llanto: la más pura belleza
presentándose o una infinita congoja que parece no cerrarse más. Estar presente
en el ritual de la vida es servirse de los espejos que penetran devolviendo lo
que se debe ver. Para estos casos, nada como el libre albedrío y esa ley que
reza que si el pedido de ayuda no llega, nada más sano que no intervenir. Eso
es no forzar, eso es fluir.
Esta
es una invitación a salir vivos y fortalecidos en un mapa donde por ahora
persisten las dos maneras: la amargura y el esplendor. Esta es una forma de
llegar a la promoción en una escuela que está cerca de cerrar sus puertas y
donde reiterarse en la cavilación no podrá convivir para siempre con las ganas
de despertar. Somos la posibilidad de la sabiduría y el rezo que se hizo
aliento. Trajimos hasta aquí el sueño y ahora tenemos el poder de tejer esa
imaginación.
Cambiar
en medio de toneladas de brillo hechas luz es un entrenamiento que nos
fortalece. Este camino es también un encuentro, un disparador hacia el
bienestar y un llamado a lo que resplandece. Una iniciación que frecuenta la
conciencia y que nos deposita en el calor del corazón. Somos el despertador.
Camilo Pérez Olivera