El miedo y la duda bien podrían ser dos perros fieros,
custodios y guardianes. Es muy frecuente escuchar de ambos cuando se habla de
estar preparados para dar el siguiente paso. Es un límite natural y necesario.
Cada nueva etapa exige de nosotros la aventura hacia lo desconocido, el riesgo
y la cuota necesaria de confianza para dar un salto o ese paso que nos confirme
que hemos llegado al lugar para el cual ya estamos disponibles. Solo contamos
con un breve atisbo, completamente intuitivo, que nos aproxima a ese sitio que
estamos a punto de explorar.
La confianza funciona como motor universal y nos habita
indistintamente si formamos parte de la especie humana o de la familia animal,
en definitiva, la constelación planetaria a la que pertenecemos. Asumir el
riesgo no es negociable cuando de dar pasos hacia la conciencia se trata. Lo
que nos cobija es recuperar la certeza de que Dios o la fuerza universal mayor
nos protege y nos bendice a cada instante. Pero habitando la dimensión material
y en tiempos en que nos encontramos en plena recuperación de nuestra memoria
espiritual, el miedo y la duda son parte ineludible de la transformación, son
la transformación misma.
El miedo está hermanado con el coraje y el amor, y la duda a
la certeza y la verdad de manera inalterable. Caminamos con firmeza, sostenidos
por el amor que cosechamos y en un terreno que resulta conocido. Hasta que
damos cuenta de la necesidad de cambiar. Entonces se instala frente a nosotros
el miedo y la urgencia de tomar decisiones que, una vez llevadas adelante,
alterarán nuestro ser y la forma en que nos parábamos ante el mundo. Atravesar
el miedo y conocer lo que hay después de sus murallas, da como resultado
alimentar el corazón con coraje. Entonces, a partir de aquí, el amor que
conoceremos será más expansivo aún y volvemos a completar el círculo donde el
miedo resulta esencial para conseguir modificarnos.
De la misma manera nos sostenemos en el andar con nuestras
convicciones y construimos el mundo sobre la verdad que nos pertenece. Hasta
que el recorrido propio de la vida, precisa que las premisas fundamentales que
nos sirven sean transformadas. Entramos en una etapa dubitativa, la estabilidad
que antes conocíamos y nos hacía sentir seguros la reconocemos permeable y
damos con una verdad mayor, más fuerte y más grande que en la que nos habíamos
sostenido hasta entonces. Es ahí cuando observamos la imposibilidad de
continuar caminando de igual modo a como estábamos acostumbrados. La duda allí,
ejecuta la oportunidad de transformar lo que antes sentíamos como exacto. De
esa manera, traspasando los cerrojos que esta nos presenta, seremos capaces de
recoger una nueva visión, más amplia e íntegra. Eso es lo que llamamos
expansión de la conciencia. Este proceso nos dará una nueva intensidad. Nos
albergará otra vez la seguridad para aprestarnos a continuar andando hasta que
se siembre ante nosotros otra vez la duda. Pero de seguro, cuando aquella fue
parte de la experiencia, fomentamos una convicción más elevada. En el fuero
interno, la verdad que ahora nos afirma, tendrá espacios para observar otros
matices, extendiendo las opciones y el alcance de su transparencia hará
contacto siempre con alguien más.
Parece ser que el tándem compuesto por el miedo, el coraje y
el amor, y el constituido por la duda, la certeza y la verdad, son dos grandes ruedas
que componen los ciclos que nos revitalizan y nos permiten trascender algún
aspecto u otro de quienes somos.
El miedo y la duda nos señalan la proximidad de un punto de
cambio en que no es posible seguir del mismo modo. Tan sagradas como el amor que
sentimos y la verdad que reconocemos como propia, así como el coraje que nos da
fuerza y la convicción que nos afirma en el mundo, el miedo y la duda son aspectos
complementarios y luminosos de la rueda de la vida.
Camilo Pérez Olivera