lunes, 3 de octubre de 2016

La intimidad de un sueño

Muchas veces imaginé una realidad parecida al presente. Es la mañana, el mate está listo y espero por una amiga. Sé que en media hora, vamos a desbocarnos, especialmente yo... Me fascina el universo femenino, esa trama emocional donde son fuertes y todo está entrelazado, tiene sentido y un por qué. Fue así el ambiente de mi niñez y me siento agradecido de saber paladear y reconocer esos mundos sutiles del sentir. Es un comodín a la hora en que el temple es necesario y la paciencia una necesidad. Como hombre, es una ventaja.

En un rato, mi hija jugará a mi lado. Madura, aún niña. Ya es ella. Con las limitaciones que implica un Yo, y por suerte, también con la capacidad de apropiarse de lo que siente. Conoce sus "no" y sus "sí". Me toca acompañar y estar atento para cuidar su inocencia. No mucho más. 

Mientras tomo los primeros mates, voy pensando que soñé un momento así durante años. Ya no estoy solo, ya no se trata de mí sino de nosotros. Me siento conectado a la intimidad de otras personas con las que vamos tejiendo una familiaridad. Hay un regulador que sigue subiendo y a la vez una frecuencia que empieza a estabilizarse. 

En esos primeros movimientos matutinos, el teléfono sufre un accidente tras un descuido de mi parte y queda inutilizado. Entre enojado y desencantado, me voy dando cuenta que algo se despeja para estar cerca de no sé qué. Despido a esta hermana y amiga de muchas horas, de llantos a mares, de amares.... El ambiente con Julieta toma otro matiz, ella juega y yo me descubro respirando, ensanchando el corazón. Me observo y atiendo a la intimidad de un sueño.

Me tomo en serio y liviano a la vez, la tarea de mirar más adentro. Me doy cuenta que el terreno de mi vida está lo suficientemente preparado y activo como para dejar de caminar en soledad. Que hay amistades que me preguntarán cómo estoy hoy o tal vez gane de mano y pregunte cómo se encuentran ellos. Son relaciones como las que soñé y recé. No son un montón, son mi red de contención. Los que avisan si me bandeo. 

No hablo desde un lugar consolidado. Me siento andando en el corazón y es suficiente. Puedo tomar la confianza y mirarla, y hasta de pronto abrazarla. Puedo ver mis dolores sin repetirme huyendo y si no puedo quedarme, puedo decirlo sin disfrazarlo: "esta vez sí", o "ahora no". Me sale con facilidad perderme en el amor: el de hijo, el de padre, el de amigo, el de pareja, en los roles que la vida vaya definiendo... Ya lo sé, me conozco. Disfruto de esos amores, me gusta estar para ellos y que ellos estén para mi.

Hace poco tiempo atrás, compuse un estribillo que dice:

"me tira una canción que abre trincheras, 
ya conocés las fronteras que cubren el dolor, 
ya conocés las fronteras..."

Es el propósito de mi vida: una canción que abra trincheras y que nos devuelva el sueño. El amor y la responsabilidad por la palabra que aclara, hace nítidas las cosas, brinda caminos y creatividad.  

Puedo adivinar que las canciones me seguirán jalando y yo rindiéndome a la voluntad de lo que traigan. Me elegí cantando, escribiendo, jugando música, sensible a la vida, dispuesto a conmoverme. Dispuesto incluso a estar a solas y mano a mano con el dolor o, como me dijera alguien por ahí... ¡Siguiendo la curva de una sonrisa!

Cuando se ama aquello que se es, se empieza a notar y el universo responde. Cuando reedito el compromiso con mi alma y la sagrada unidad con mi corazón, surge el querer por lo que soy. La luz sube, los sueños se levantan y la vida empieza a ofrecerte bonitas cartas. 




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